Jorge Teillier
Entre un lord inglés y un boxeador contra las cuerdas como dijera Jorge Boccanera, era Jorge Teillier (1935-1996). Nacido en Lautaro, el mismo día de la muerte de Carlos Gardel y fecha, además, en que los mapuches celebran el año nuevo. Su lugar de origen fue la Frontera, el pequeño Far West, le llamaba Pablo Neruda.
1.- Nostalgias del Far West
Ficha Técnica:
Nostalgias del Far West
Ricardo Carrasco, Gonzalo Duque, Sergio Navarro, Vicente Parrini y Felipe Tirado
Chile / 2007 / DVCam / 25 minutos
Categoría: Muestra Paralela > Visiones Alternativas
Estreno
Martes 9/10 / 2007 12:00 Hrs. Teatro Lord Cochrane
Sinopsis | Director | Ficha Técnica | Enlaces
El poeta Jorge Teillier vuelve a su natal Lautaro en el sur de Chile después de muchos años de ausencia, viaja en tren. Lo acompañan un poeta, una profesora primaria y el maletero de la estación de Lautaro; este es un viaje que pareciera nunca llegar a destino y también es el descubrimiento del universo poético de Teillier. En este viaje descubrirá que todo lo que conocía ha desaparecido. Es un viaje a un pueblo fantasma donde el poeta pretende recuperar todos los poemas que aun le quedan por escribir.
Este material es el único testimonio en vida de Jorge Teillier recorriendo su pueblo natal en una región conocida como la Frontera.
Nostalgias de Far West es un documental con el poeta Jorge Teillier (1935-1996), que vuelve, después de veinte años, a su pueblo natal Lautaro, en el sur de Chile, en busca de su universo poético. Grabado en 1987 y post producido en 2007, es un viaje circular que nunca llega a destino cierto. El Poeta va en busca de todos los poemas que aún le quedan por escribir y, se reencuentra con un terruño que parece más bien un pueblo fantasma. Lo acompañan el loco del pueblo, una profesora primaria y un poeta joven que al igual que personajes de cuento de niños aparecen y desaparecen en el viaje.
2.- Vamos al biógrafo...Vamos al cine
"Ir al biógrafo", decían mis parientes. "Ir al teatro", digo todavía yo. "Ir al cine" o, mejor dicho, "vamos al cine", me dice una voz que amo. Pero ya al cine para mí empieza a marchitarse, aún cuando no se crea que por la presencia de la televisión, que no veo nunca y que creo que me niego a ver por hallarla -pido aval a Robbe-Grillet- anticuada. Tal vez no me interesan tanto las películas, sino el acto ceremonial de ir al cine, como lo fue en el tiempo en que los compañeros de curso seguíamos la seriales, que dejaban siempre en el "peligro" al jovencito. Peligro que nos tenía preocupados toda la semana hasta la próxima serie. Creo que lo importante en esta maltrecha ciudad de Santiago es no ver cine, sino estar en el cine, este espacio mágico que nos saca del hogar y la rutina. El cine es el lugar donde se contradice la aserción de Heráclito de que el hombre está solo cuando sueña. Se asiste a un sueño colectivo, propio de solitarios que se encuentran en un común múltiple, tal como los verdaderos bebedores de vino. De pronto me introduzco en él, pero en verdad no puedo siempre compartirlo: creo que el público del cine es uno de los más maleducados y atrabiliarios existentes. ¿Qué se puede soñar junto al vecino que se duerme, las damas que comentan el desarrollo de los hechos, las novias que hacen crujir el paquete de caramelos regalados por su novio el joven oficinista, las toses irrefrenables de los ancianos, las risas histéricas cuando hay escenas trágicas? Pero no debo tampoco quejarme tanto: recuerdo que en la galería del cine Victoria vi a mis rústicos coterráneos presenciar en religioso silencio Hamlet (1948) de Laurence Olivier.
¿De qué vale un libro sin dibujos?, podríamos repetir con Alicia cuando ingresa al País de las Maravillas. Mucho me interesa ver obras literarias llevadas al cine. Y en ellas casi siempre resulta que las de segundo orden son las que salen mejor paradas. Así Días sin huellas (1945) es mejor que la novela del recién fallecido Charles Jackson, a mi juicio, y el título -raro acierto del traductor- también es mejor que El largo fin de semana del original. Porque en general los buenos títulos se pierden en la traducción. Así, She had a yellow ribbon (Ella tenía una cinta amarilla) se transforma en La legión invencible (John Ford, 1949) y Esperando a Carolina en Indecisión de mujer (1967), para citar un reciente film (me niego a escribir filme) canadiense, notable por su plasticidad comparable sólo a Elvira Madigan (1967).
El ángel azul (1930) tiene un resplandor que no nos da la obra originaria de Heinrich Mann. Esto se debe a Marlene Dietrich, tan vigente ahora como hace treinta y cinco años; ella era el eterno femenino; a su lado Emil Jannings, con sus tics de viejo actor, nos parece sólo conmovedoramente ridículo.
¿Qué he visto en las grandes novelas llevadas al cine sino ilustraciones? Es el caso de La guerra y la paz de Tolstoi. El príncipe idiota de los franceses (con Gerard Phillipe, ese "chic type") o de los soviéticos. No suele ser mejor ver el cine verdadero que es para mí el western donde hay grandes espacios, gestas, héroes maniqueístas. Por supuesto, nada hay que hacer con los westerns italianos que son como el nescafé al verdadero. Prosiguiendo con las novelas llevadas al cine últimamente me pareció bastante digna la de El corazón es un cazador solitario, aún cuando se soslayan algunos hechos fundamentales: el antirracismo expreso de Carson McCullers, así como el que uno de los personajes, borracho, ha sido comunista en un tiempo y expulsado de sus empleos. En cuanto a El bebé de Rosemary, la versión cinematográfica -bastante fiel al original- me parece superior debido al talento de Polanski, a la novela de Ira Levin, sólo un producto de hábil artesanía, en donde falta el sentido de horror del mal, la creencia se diría mejor en el mal. A este respecto se me ocurre que Polanski es a Ingmar Bergman lo que Levin a Huysmans en Allá abajo, por ejemplo. El bebé de Rosemary (1968) es un poco demonología de fácil consumo, una especie de Coca Cola, y de ahí tal vez su éxito entre el público.
Y hablando de público, siempre me ha extrañado el fracaso de los Tres tristes tigres (1968) de Raúl Ruiz. Tal vez el chileno no se quiere ver retratado ni siquiera en su lenguaje. Y también este es un índice de que, tal vez por desgracia, la opinión de los críticos no es tomada prácticamente en cuenta por los asistentes al cine. Sí, el western, las películas de terror -tan escasas de calidad, por desgracia- y las cómicas, son mis preferidas. Y entre los cómicos, fuera de Chaplin, naturalmente, prefiero a los Hermanos Marx (verdaderamente surrealistas según Antonin Artaud, que los aclamó desde su primera película), los impagables Laurel y Hardy, geniales más bien en sus películas cortas que en sus largometrajes. Tati que ha creado Monsieur Hulot al personaje que representa la añoranza de la pequeña burguesía francesa por su modo de vida amenazado por el maquinismo. Ciertamente para mí fue una sorpresa Jerry Lewis, que siempre me había parecido burdo, en El bocón (1967), donde tan patéticamente muestra la incomunicación del hombre moderno, la carencia de diálogo que me recuerda a la mayor parte de las conversaciones entre chilenos: cada uno monologa por su cuenta, sólo hay contacto cuando los monólogos coinciden.
"Vamos al cine", me van a decir hoy día. Y veo que ya no hay películas buenas en cartelera. Lo mejor será seguir el sistema de André Breton y entrar al azar, sin siquiera mirar el cartel de anuncio. Por lo demás, recuerdo haber leído u oído que todas las películas, considérense buenas o malas, tienen sólo 10 minutos que valen la pena. Vamos al cine, entonces.
Jorge Teillier
NOSTALGIAS DEL FAR WEST, documental con el poeta Jorge Teillier
Jorge Teillier por Adolfo Vásquez Rocca
NOSTALGIAS DEL FAR WEST
a Mary Crow
No soy un General activo ni en retiro
y sólo he sentido silbar balas en mis oídos
en las matinees de los miércoles y domingos
en el Teatro Real del pueblo.
Allí aprendí que la justicia se hacía al margen de la Ley,
que estaba a cargo de Tom Mix, o Shane el Desconocido
Al final los pillos, los malos y los delatores
serían castigados
y el jovencito se casaría con la niña.
Añoro los grandes espacios-trigales de las llanuras,
en estos valles estrechos y áridos
"donde el silencio se amortaja como si estuviera muerto"
y me llama la sirena de un bar de Tucson o Fort Collins.
No me gusta Bufalo Bill, torpe cazador de bisontes,
que vendió a Calamity Jane como artista de circo.
Estoy al lado de Sitting Bull y Crazy Horse
que decía que todos los blancos estaban locos
tan locos como Custer que murió con las botas puestas
junto a su regimiento de asesinos de niños y mujeres
no sin antes pedirle un dia de tregua a los Sioux para escapar.
Nostalgias del Far West. Nostalgias de Globe-Trotters y de los pioneros.
Saludo a los Hermanos Clayton y Doc Holiday
el mejor pistolero y dentista del O.K. Corral.
Estoy donde Don Rocha frente a un vaso de whisky.
Si, nostalgias del Far West, nostalgia de rebaños
y trigales infinitos, de lunas azules y de un tiempo sin tiempo.
Jorge Teillier
Calamity Jane enjoying a drink in about 1880.
3.-
La obra de Jorge Teillier marcada por una gran nostalgia -propia de la poesía lárica- por "paraíso perdido" de la edad primigenia, en la tierra ancestral, indagando los orígenes primordiales del ser humano- hace alusión constante al terruño, a la infancia, al hogar y al paisaje rural, pero como el lugar idílico al qué volveremos, de allí su particular nostalgia, la nostalgia del futuro. La forma de representación del mundo lárico es, en Teillier, el idilio, que se despliega como representación estática de una particular forma de vida -donde los habitantes de la aldea establecen relaciones de cooperación, correspondencia y armonía consigo mismo, con la colectividad y la naturaleza. Una unidad de vida y paisaje preservada sólo por el poeta, por el guardián del mito.
Para Teillier “el poeta debe dar cuenta primero del mundo que lo rodea a trueque de convertirse en un desarraigado". Este esfuerzo de arraigo comporta una doble y simultánea operación: Por una parte una integración al paisaje al cual el poeta pertenece y por otra, la comparecencia de los antepasados que actúan en el proceso integrador como figuras míticas capaces de revelar en la realidad invisible un rango más alto de realidad, y por ello posibilitando reconocer lo que aún perdura en ella de auténtico a pesar de la ruinosa y desoladora cotidianidad. Como indica Rilke. "Para nuestros abuelos... cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano v en la cual agregaban su ahorro de humano". En este sentido puede hablarse de lo lárico teillieriano como una poesía genealógica que salva la paradoja entre la aparente ahistoricidad del mito y la historicidad concreta de la existencia humana, una realidad impregnada de trasfondos arquetípicos, que posibilitan al lenguaje transfigurar la anécdota en mito [4].
La instalación del poeta en la patria de su infancia, en el universo mítico de los ancestros, se cumple mediante las coordenadas espaciales del viaje, en un caso en ferrocarril desde la capital al pueblo sureño natal y en otro mediante el retorno poético al dominio perdido del sujeto, la infancia tutelada por sus antepasados.
"La muerte
esa manzana llevada por la bruja
ahora golpea los muros
sin dejarnos dormir
La muerte será una hoguera junto
a la cual nos agruparemos
Quizás alguna vez he muerto. Y era otro
Todos seguimos alguna vez nuestro cortejo
y hemos resucitado tantas veces
en el moscardón que ronda las casas [5].
Así, desde los primeros inmigrantes colonizadores de la frontera, van compareciendo los seres y los objetos que poblaron ese dominio perdido de la aldea con sus generaciones y sus pequeños acontecimientos locales (juegos, amoríos, festejos, vendimias, paseos, etc.), que descuellan únicamente por contraste con la cíclica repetición de siembras y cosechas que acontece según el imperecedero orden agrario.
En Chile la palabra “agrario” no puede sino remitir al proyecto utópico- socialista que el gobierno de Salvador Allende intentó implementar -la reforma agraria [6]- pero curiosamente, en la obra de Teillier no encontramos referencias de orden político. Su inspiración -de carácter no ideológico- ligada más bien a experiencias universales de la naturaleza, la infancia y la muerte; el carácter "arcaico" del poeta como sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario -hoy forzosamente marginal- de esa edad dorada de lo humano, y como "guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores", evoca más bien a Hölderlin y a cierto clima neorromántico propio del influjo telúrico de Georg Tralkl. Los lares de Teillier, la Frontera en cuestión parecen ser una trasposición de mundos eslavos y germánicos sobre la experiencia nativa del sur de Chile.
Salvador Allende Chile Proyecto utópico- socialista
En relación con lo anterior, la investigadora Carolyne Wright en "In Order to Talk with theDead: Selected Poems of Jorge Teillier" [7] señala que a diferencia de otros poetas latinoamericanos, en la obra de Jorge Teillier hay una curiosa e interesante ausencia de tópicos políticos. La violencia sobre el históricamente (re)fundado mundo de La Frontera - los conflictos con las comunidades indígenas que habitaban esas tierras y que fueron relegadas a territorios marginales, sintomáticamente llamados reducciones, de manera análoga a la reducción de los restos humanos en las tumbas, para hacer lugar a otros- no aparece en la poesía de Teillier. Esta ausencia no puede atribuirse a un descuido del poeta - que era profesor de historia- , sino a una condición poéticamente necesaria para hacer posible y verosímil el ensueño de una comunidad en que estén conciliados la naturaleza y la cultura, el pasado y el presente, el hombre y su prójimo.
Las preocupaciones políticas y sociales con las que se han comprometido tantos escritores, no juegan, pues, en Teillier un papel relevante. Aunque "Retrato de mi padre, militante comunista" revela la afinidad de Teillier con el ideal revolucionario, él ha aclarado explícitamente que su poesía no ha de ser plataforma para polémicas ideológicas (sintomáticamente, aun en "Retrato" describe la utopía revolucionaria de su padre en términos bucólicos). En el prólogo a Muertes y maravillas, que constituye su ideario poético, escribe:
“... a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna ... Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias” [8].
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
JORGE TEILLIER; PARA HABLAR CON LOS MUERTOS
Jorge Teillier por Adolfo Vásquez Rocca
Para hablar con los muertos - Adolfo Vásquez Rocca
Adolfo Vásquez Rocca
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