Resumen
Sloterdijk
realiza una novedosa descripción del espacio como construcción
relacional basada en la transferencia y en el acompañamiento
originario. En
el mismo Barco: Ensayo sobre la hiperpolítica,
se elaboran las imágenes de balsas, arcas y naves como formas
políticas de sociabilización entre hombres. La suma de las
características biológicas específicas del homo sapiens se concibe
como resultado de la navegación en el interior de las hordas, de las
incubadoras de cría. Ya aquí comienza para los hombres “una
historia natural de lo que no es natural”, cuyas prolongaciones
modernas recaen sobre nosotros en forma de crisis de “alienación”
ecológica y social.
Palabras
Clave: Esferas, hiperpolítica, antropogenética, navegación,
insulamientos, hordas, mundífero,
inmunología, neotenia.
PETER
SLOTERDIJK; IN THE SAME BOAT, FANTASIES OF BELONGING AND
HYPERPOLITICAL: FOR A THEORY OF CAPSULES, ISLANDS AND GREENHOUSES.
Abstract
Sloterdijk
makes a novel description of space as a relational construction based
on transference and original accompaniment. In the
Same Boat: Essay on Hyper Politics,
the images of rafts, coffers and ships are elaborated as political
forms of socialization between men. The sum of the specific
biological characteristics of homo sapiens is conceived as a result
of the navigation inside the hordes, of the brood incubators. Already
here begins for men "a natural history of what is not natural",
whose modern extensions fall on us in the form of a crisis of
ecological and social "alienation".
Keywords:
Spheres, hyperpolitics, anthropogenetics, navigation, insulations,
hordes, world, immunology, neoteny.
1.-
En
el mismo barco: Ensayo sobre la hiperpolítica.
“De
ahí que la hiperpolítica —sea lo que quiera que sea— es la
primera política para los últimos hombres.”
Peter
Sloterdijk. En
el mismo barco
El
gran relato de Sloterdijk –donde intenta dar cuenta de la unidad de
la evolución humana desde sus escenificados orígenes– se sitúa
en el reconocimiento cómico y dramático del actual estatuto híbrido
del hombre como espécimen biocultural. Para ello, Sloterdijk elabora
su ensayo sobre lo que él denomina hiperpolítica, con el fin de
mostrar claramente el suceso antropológico fundamental: la creación
del hombre por el hombre. Un relato en el que intervienen Nietzsche y
Sloterdijk por un lado y Heidegger –por otro como dos mentalidades
confrontadas en una radical ruptura entre épocas y sensibilidades.
Partiendo
de dos ideas como son la falsedad del calendario histórico y la
metáfora de la navegación como “esfera” del sobrevivir humano,
Sloterdijk marca los tres estadios de la historia del género humano;
el primero, la época de las balsas sobre la que pequeños grupos de
hombres son arrastrados por la corriente a través de los enormes
espacios temporales (paleopolítica); una segunda como una época de
la navegación costera, con galeras y fragatas que parten hacia
arriesgados y lejanos destinos (política clásica), y una tercera
como la época de los superviajes, casi imparables en su enormidad,
que atraviesan de parte a parte un mar de ahogados donde a bordo, se
cantan angustiosas conferencias sobre el arte de lo posible
(hiperpolítica).
La
vida humana se autoorganiza siempre creando espacios protegidos e
inmunes, de la célula y su protoplasma a los niños dentro del
útero, pasando por los hombres cuando construyen su intimidad, sus
casas, sus ciudades y sus espacios metafísicos o imaginarios.
Atendiendo a estas reflexiones no es sorprendente que la historia de
las ideas políticas haya sido siempre una historia de las fantasías
de pertenencia a grupos y pueblos.
Que
durante los últimos tres o cuatro mil años a los grupos humanos de
las regiones de los pioneros les tuvo que dar resultado dejarse
arrastrar en sus viejas balsas, de modo que pudieran surgir las
estirpes y las hordas, que se mantienen unidas por eso que se conoce
como “cultura", un poderoso material de impregnación o
diapasones que pueden usarse en el mismo tono base para afinar
diferentes instrumentos.
2.-
Historia
de las fantasías de pertenencia.
Vivir
es crear esferas. Las historias amorosas y las comunidades
solidarias no son sino la creación de espacios interiores
para las emociones escindidas,
un sistema inmunitario simbólico que construye una película
protectora en torno del ser. La teoría de las esferas es un
instrumento morfológico que permite reconstruir el éxodo del ser
humano de la simbiosis primitiva al tráfico histórico-universal en
imperios y sistemas globales como una historia coherente de
extraversiones.
Los
seres humanos no pueden ser, o estar, en ninguna otra parte que en
los invernáculos sin paredes de sus relaciones de proximidad.
En ese sentido, la microsferología no es otra cosa que una
antropología proxémica, una descripción de las distancias medibles
entre las personas que interactúan entre sí. La percepción de la
intimidad personal. De ella provienen los receptáculos autógenos de
las solidaridades primarias. Para estas relaciones surreales cabe
decir que son “(en) su propio lugar”. Quien participa en ellas
vive, en un sentido topológicamente eminente, dentro.
Así,
desde siempre los seres humanos están empeñados en el proyecto de
atraer hacia dentro, tanto como sea necesario. Sienten sus moradas
físicas e imaginarias a través de los signos actuales de compañeros
ausentes, que siguen siendo vitalmente importantes aún después de
su desaparición.
Sloterdijk
ofrece una exploración topológica, antropológica, inmunológica y
semiológica del espacio de la vida humana. Nos narra en burbujas,
esferas, incubadoras e invernaderos, donde el hombre se construye, se
protege y cambia. La comprensión de la cosmogonía de Sloterdijk
exige que se siga la línea narrativa sobre la constitución
milenaria de la humanidad, y que no se comience el relato histórico
presuponiendo al hombre, sino aguardando el momento histórico de su
nacimiento en el seno de las primitivas hordas.
El hombre, tal y como se conoce hoy, es un ser tardío surgido en el
estadio histórico de la política clásica en la era de los grandes
imperios; por ello: “resulta esencial a la paleopolítica que no
presuponga al hombre, sino que lo genere”.
El propósito de Sloterdijk es poner de manifiesto ante la conciencia
contemporánea la cadena de innumerables generaciones que han
elaborado el “potencial” genético y cultural de aquello que
actualmente se denomina hombre”.
Los
hombres viven en espacios de simpatía y afinación. Vínculos,
relaciones animadas, tonalizadas, provisionales y, por tanto,
frágiles y perecederas, constituyen el clima que anima el interior
de las esferas. Estos ámbitos de coexistencia se regulan
exitosamente a sí mismos por medio de auto-hipnosis colectivas. Los
seres humanos son básica y exclusivamente criaturas de su interior
y productos de sus trabajos en la forma de inmanencia que les
pertenece inseparablemente. Los invernaderos artificialmente
producidos son entonces el “clima” en el que nace y crece la
especie humana. Los hombres sólo crecen en el invernadero de su
atmósfera autógena.
Sloterdijk
considera la dinámica de vinculación al interior de las burbujas a
partir de resonancias que se encuentran ligados al factor
comunicativo que reverbera al interior y desde el que se da la
vinculación y la pertenencia; donde se crea el clima y la atmósfera
constitutivos de lo envolvente, el en
donde se apertura el ser.
3.-
Regazos
y balsas. Esbozos para una paleopolítica.
Un
lustro antes de la publicación del primer tomo de Esferas
apareció un pequeño ensayo de Sloterdijk en el que ya se
vislumbraba el rumbo teórico que emprendería posteriormente, se
trata del fulminante ensayo En
el mismo barco.
Ensayo
sobre hiperpolítica,
un
texto donde es perceptible la inquietud de Sloterdijk por comprender
la vinculación entre espacio, relacionalidad y existencia,
específicamente en su articulación política.
En
su trilogía Esferas,
Sloterdijk realiza una novedosa descripción del espacio como
construcción relacional basada en la transferencia y en el
acompañamiento originario. Entre los seres humanos, en la esfera de
proximidad familiar funciona un juego incesante de contagios
afectivos que concurren simbiótica, erótica y miméticamente.
Los seres humanos viven sintonizados en un círculo de proximidad,
La
historia de grandes procesos morfológicos a partir de los cuales se
transformó el modo de habitar el mundo, la comprensión topológica
y las relaciones políticas entre los seres humanos.
La
teoría de las Esferas desarrollada por Sloterdijk es un instrumento
morfológico que permite reconstruir el éxodo del ser humano desde
la simbiosis primitiva al tráfico histó-rico-universal en imperios
y sistemas globales como una historia coherente de extraversiones;
ella reconstruye el fenómeno de la gran cultura como la novela de la
transferencia de esferas desde el mínimo íntimo, el de la burbuja
dual, hasta el máximo imperial, que había que representar como
cosmos monádico redondo. Si la exclusividad de la burbuja es un
motivo lírico, el de la inclusividad del globo es uno épico.
La
suma de las características biológicas específicas del homo
sapiens
se concibe como resultado de la navegación en el interior de las
hordas, de las incubadoras de cría.
Ya aquí comienza para los hombres “una historia natural de lo que
no es natural”,
cuyas prolongaciones modernas recaen sobre nosotros en forma de
crisis de “alienación” ecológica y social.
Sloterdijk
En
el mismo barco
recorre
la historia universal a través de travesías exploratorias por las
diversas fantasías sociales. Tomando como imagen directriz la
metafórica de la navegación, esboza una teoría de los estadios
históricos del género humano, una secuencia de triple
insularización, lo que él llama los estadios históricos del género
humano: la paleopolítica, la política clásica y la hiperpolítica.
Transitando así desde la política de las hordas hasta la del mundo
hiperconectado.
Es
así como Sloterdijk, recurriendo a la misma estructura triádica de
Marx o McLuhan para historizar a la humanidad, ha sostenido más
tarde una secuencia de triple insularización en la historia
universal.
Primero fue la horda que sobrevive a fuerza de una cohesión que hoy
ningún sujeto secularizado estaría dispuesto a aceptar y que
adviene como reacción al desastre de Babel, vale decir, al fracaso
del intento arquetípico por fundir culturas y lenguajes. Y
finalmente el salto de la megalopatía a la hiperpolítica:
metamorfosis del cuerpo social en los tiempos de la política global.
La hiperpolítica es la primera política de los últimos hombres.
El
final de la historia no pasa por esa otra estructura triádica que
vio Marx con su dialéctica del conflicto entre desarrollo de medios
y relaciones productivas (y con el comunismo a escala planetaria al
final del relato), sino todo lo contrario: por una mezcla de
capitalismo mundial, universo mediático, sensibilidad postmoderna y
adhesión progresiva de las naciones al modelo político de
las democracias liberales. En este contexto los conflictos
radican más en la confrontación entre secularizados y
fundamentalistas, tanto internacional como intranacional, y también
en las dificultades que supone subordinar la fragmentación
sociocultural a una institucionalidad que prevenga contra la
entropía o la ingobernabilidad.
Sloterdijk
ubica al hombre, desde el momento histórico de su nacimiento, en el
seno de las hordas. El hombre, tal y como se conoce hoy, es una
criatura tardía surgida en el estadio histórico de la política
clásica en la era de los grandes imperios.
Las hordas proporcionaron, a partir de una relación ritual de
cuerpos en movimiento, un lugar no sólo al hombre de la cultura
superior en la era de los imperios, sino también un lugar
prospectivo a aquella criatura reciente de la era industrial llamada
individuo.
9.-
El
nicho ecológico.
Sloterdijk,
ya en 1993, trae a consideración la metáfora Aristotélica del
mamífero
en el útero
para de esta manera concentrar de mejor forma su explicación
metafórica de la constitución psicopolítica de las conformaciones
humanas. En este sentido, el proyecto que el filósofo plantea se
sitúa como un proyecto psico-arqueológico, el cual además de
realizar un diagnostico a la situación histórico-antropológica, se
presume como un proyecto útero-social de las conformaciones
políticas: “Cuando los espacios ya no son habitables puede suceder
que una política de añoranza del útero desbroce con violencia su
camino (…) por eso, el mantenimiento de las esferas de vida es
también una difícil tarea política que habría de ser
filosóficamente asesorada”.
Ahora
bien, con los mamíferos comienza una interiorización de la
ovulación que al convertir el cuerpo de la madre en incubadora, en
“nicho ecológico de retoño”, produce un nuevo fenómeno: el
nacimiento. Sin embargo, “la diferencia entre simples mamíferos y
humanos radica en que los primeros son paridos, mientras que en los
segundos se da el venir-al-mundo, es decir, cuando el entorno al que
se llega ya se ha convertido en el conjunto de cosas que son el caso,
que se han vuelto mundo. Ser-en-el-mundo es ser-fuera de la comodidad
y de la protección intrauterina ocasionados por el trauma primario,
el nacimiento, en el que se abre un espacio externo que sobrepasa su
posesión, configuración y abstracción”.
De ahí que el ser humano esté condenado a la producción de
interiores de modo técnico. A partir de esto, el uterotopo debe ser
comprendido como una metáfora del cuerpo de la madre cuya
característica es la transferencia de situaciones que “pueda
servir de envoltura o receptáculo para la repetición de la
interioridad en otro lugar”, que reproduzcan situaciones de un
estado interior en una situación exterior y constituyan así el
fondo escénico compartido que da la coherencia al grupo y lo
convierten en un uterotopo, en esa metáfora fantasmal de una madre
que envuelve y cobija a sus retoños. Por eso, la forma política del
uterotopo constituye la
imposibilidad de llegar a ser adulto,
debido a la predestinación dada por una procedencia común, lo cual
conforma la síntesis uterotópica.
El
uterotopo “designa un fantasma-espacio, devenido influyente
históricamente, que sugiere que, mientras permanezcamos
territorializados en el propio grupo, seremos las criaturas
privilegiadas de una misma caverna: beneficiarios proto-solidarios de
un mismo estado fetal en el seno común del grupo”.
El flujo de la historia transfigura la existencia de los hombres,
los hace devenir técnicamente de la mano de una operación seriada
que suple la deficiencia orgánica con la que enfrentan
al
afuera exterior.
De
esta modo se inicia lo que Sloterdijk denomina “la epopeya de los
animales domésticos”, lo cual incluye al ser humano. Ya decía
Nietzsche: “han convertido al lobo en perro, y al hombre
mismo en el mejor animal doméstico del hombre”.
Y ahí donde se edifican las habitaciones de los hombres, también el
claro se abre como campo de batalla, pues en el acto de
construir se decide quiénes son los constructores que alcanzan el
predominio: “En el claro se demuestra por qué impulsos luchan los
hombres en cuanto se revelan como los que edifican ciudades y erigen
imperios”.
10.-
Sistemas
psico-inmunológicos y estresores protopolíticos.
Sloterdijk
propone dos narraciones espaciales sobre el proceso de producción de
hombres, como hominización y formación de sociedades por medio de
domesticación y cría. “La primera narración –en un tono
heideggeriano– da cuenta de cómo el hombre en tanto mamífero
devino en mundífero:
especie que se asomo a su mundo fracasando en su ser animal, pero que
despliega en sentido ontológico su estar abierto
al Ser
mediante su
mudanza
a un nuevo espacio: la
casa del habla.”
Este relato se encuentra emparentado en los desarrollos sobre la
paleopolítica de en El
Mismo Barco
donde Sloterdijk nos habla de hordas prehistóricas que configuran al
ser humano -en tanto le permiten venir-al-mundo y configurar mundo-
amalgamándolo y adiestrándolo con otros seres humanos “a través
del ritmo, la música, los rituales, el espíritu de rivalidad, los
beneficios de la vigilancia y el lenguaje”.
Estas hordas –análogas a la casa del habla– también son
caracterizadas espacialmente: como especies de islas flotantes o
balsas.
En
la esfera humana existen no menos de tres sistemas inmunitarios, los
cuales trabajan superpuestos, con un fuerte ensamblaje cooperativo y
una complementariedad funcional. Sobre el sustrato biológico, en
gran parte automatizado e independiente de la conciencia, se han ido
desarrollando en el hombre, en el transcurso de su desarrollo mental
y sociocultural, dos sistemas complementarios encargados de una
elaboración previsora de los daños potenciales: por un lado, un
sistema de prácticas socio-inmunitarias, especialmente las jurídicas
o las solidarias, pero también las militares, con las que los
hombres desarrollan, en la “sociedad”, sus confrontaciones con
agresores ajenos y lejanos y con vecinos ofensores o dañinos; por
otro lado, un sistema de prácticas simbólicas, o bien
psico-inmunológicas, con cuya ayuda los hombres logran, desde
tiempos inmemoriales, sobrellevar más o menos bien su vulnerabilidad
ante el destino, incluida la mortalidad, a base de antelaciones
imaginarias y del uso de una serie de defensas mentales.
En
ese sentido, para Sloterdijk, los procesos de defensa, los procesos
transformadores siempre se basan en creaciones físicas y
mentales de espacio interior: “toda pared sustituye una
pared, todo interior menta otro interior, toda salida de una
situación interior provoca otras salidas”.
En ese fluir, el hombre adopta múltiples identidades, a
menudo híbridas, a través de las cuales mostrarse. Pero el
desplazamiento de barreras permeables y sus transformaciones no
son inocuas, Sloterdijk las describe como un derrotero de
estrés en cuyo transcurso se llega a neutralizar lo
exterior asimilándolo al interior esférico. Los describe como
estresores protopolíticos, del tipo de los enemigos y extraños;
estresores psicológico-sociales, como las depresiones colectivas; y
estresores mentales, como lo monstruoso y la idea de infinito.
Ese estrés es de carácter postraumático, y exige la creación de
un lenguaje que manifieste el trauma y al mismo tiempo lo
contenga: que lleve a una estructura consciente el lenguaje
repetitivo e inconsciente de la pesadilla.
11.-
Globalización morfológica.
Ahora
bien, la
teoría de la globalización que se propone responde a formas
relacionales y de comprensión del mundo en un macro nivel ya partir
de períodos históricos y cosmovisiones específicos. Con ello, su
teoría de la globalización abarca ámbitos que no se limitan
solamente a la economía o a la geopolítica. Así, la propuesta de
Sloterdijk es que ha habido tres formas de globalización: la
cósmica, la terrestre y la atmosférica. En la primera sección se
describe cómo con el acaecimiento de las grandes civilizaciones se
pasa de una organización política premetafísica —característica
de las pequeñas esferas antropógenas, las islas— a una
organización específicamente política y metafísica, y que
corresponde a lo que Sloterdijk denomina como política clásica.
Desde este panorama, el filósofo alemán “remite el origen de la
globalización a la cosmogonía antigua, a partir de lo cual se le
dio al mundo una estructura racional y esférica al todo envolvente
de modo universal e imperial”.
Los
alcances epistémicos de la globalización, sus modos de
configuración de mundo, pueden ser comprendidos a partir de un marco
de aceleración exponencial. La globalización afecta las categorías
básicas de nuestra percepción de la realidad puesto que transgrede
la relación tiempo-espacio y la reinventa bajo condiciones de
aceleración exponencial: se comprimen ambas categorías de lo real
por vía de la microelectrónica,que hace circular una cantidad
inconmensurable de "bits" a la vez en un espacio reducido a
la nada por la velocidad de la luz con que estas unidades
comunicativas operan. Tal aceleración temporal y desplazamiento
espacial se dan con especial intensidad en los dos ámbitos recién
señalados donde la microelectrónica tiene aplicación: en la
circulación del dinero y de las imágenes (como íconos,
pero también como textos). Si algo no tiene precedente
es el volumen de masa monetaria y de imágenes que se desplaza sin
límites de espacio y
ocupando
un tiempo infinitesimal. ¿Pero cómo se distribuye ese incremento en
la circulación entre las personas? Sin duda de manera paradojal:
mientras el dinero viaja concentrándose, las imágenes lo hacen
diseminándose.
“Entre
los elementos más globalizados está la circulación del dinero en
tiempo real bajo todas sus formas y la circulación de las imágenes
iconos y objetos de representación. El dinero y las imágenes son,
probablemente, las dos cosas que circulan de manera más masiva, a
mayor velocidad y que tocan más puntos en el mundo. Pero, si uno
compara los resultados de la circulación de las imágenes, se
encuentra con una tendencia radicalmente asimétrica o paradójica.
El dinero circula concentrándose. Es decir, la hipercirculación del
dinero, tanto metálico como virtual: acciones, cheques,
transferencias, bonos, bonos de deudas, y todo lo que en virtud de su
valor financiero es transable. Los intereses del capital tienen como
fin primordial eliminar todas las trabas que dificulten sus
movimientos y ganancias. Para este globalismo, el mundo es un
indiviso de transacciones comerciales. Un gran mercado donde priman
los flujos financieros y en apariencia todo circula, pero late en su
interior, en el mundo interior del capital, una innegable tendencia a
la concentración, la que, en gran medida, es responsable de los
obscenos procesos de concentración de la riqueza a escala global.
Concentración no sólo de unos países frente a otros, sino también
la que tiene lugar en la creciente brecha de la distribución de los
ingresos entre grupos sociales al interior de un mismo país o
Estado.”
¿Pero
cómo se distribuye ese incremento en la circulación entre las
personas? Sin duda de manera paradojal: mientras el dinero viaja
concentrándose, las imágenes lo hacen diseminándose.
Con
la circulación de las imágenes pasa exactamente lo contrario, es
decir que los bites de información, de imágenes, de símbolos, de
iconos, etc., se distribuyen de manera equitativa, esto es, que
llegan a todos lados y en forma simultánea.
Bajo este supuesto se podría sostener
que el acceso a la imagen en tiempo real hace que este mundo, el
mundo de lo simbólico, sea hoy un mundo que se distribuye con una
racionalidad radicalmente distinta al mundo del dinero. Por supuesto,
ambos operarían con la lógica de la ganancia, es decir detrás de
la distribución de los objetos simbólicos de las imágenes habría
personas que estarían lucrando, traficando a distancia con las
imágenes de otros lugares, lo que, por lo demás, es lo propio de la
Globalización.
Con
ello, se agiganta la brecha entre quienes poseen el
dinero y quienes consumen las imágenes. Tanto más
inquietante resulta esto cuando consideramos que las imágenes se
distribuyen gracias al dinero de las empresas que publicitan sus
productos y servicios en la pantalla, con lo cual promueven
expectativas de consumo y de uso cada vez más
distantes de la disponibilidad real de ingresos de la gran
masa de televidentes.
Hoy
por hoy, afirma Sloterdijk, una nación parece no ser moldeada por
las instituciones fuertes de la sociedad, como el ejército y la
prisión, sino que lo es, fundamentalmente, por los medios, sobre la
base de la generación permanente de noticias y el imperativo de la
“novedad”, con la difusión irresponsable de contenidos y de
imágenes y al imperio de una suerte de cinismo generalizado. Ese
cinismo -que se manifestó a lo largo del siglo XX en el programa
bolchevique de Lenin y en Stalin, en las vanguardias, en el nazismo
alemán y el fascismo italiano, en el discurso neoliberal de Reagan o
Thatcher- se encarna, hoy, en figuras como Trump en Estados Unidos
(una verdadera obsesión en Sloterdijk, como en muchas figuras
actuales del pensamiento), Bolsonaro en Brasil, Putin en Rusia, Organ
en Hungría o Erdogan en Turquía. Tales figuras, afirma Sloterdijk,
sostendrían, no siempre de manera tan explícita, claro, que “la
verdad es aquello que se puede hacer con la mentira”.
Ante ello, no hay en rigor una salida, y menos aún, por supuesto,
ningún camino alternativo seguro.
25.-
El
pensamiento filoagrario de Heidegger.
La
afirmación de Sloterdijk según la cual Heidegger es el último
cerebro de la era agraria sienta una tesis directriz de la obra que
nos ha ocupado –En el mismo Barco–. Para Sloterdijk, Heidegger es
el último metafísico de la vieja Europa, porque su pensamiento
permanece totalmente vinculado al paradigma de un mundo en
crecimiento tal y como es experimentado por un campesino. La
concepción de un mundo en crecimiento comporta las ideas de
productividad y progreso. Pero, ¿de qué producto y progreso se
trata? El producto en cuestión es aquí, ante todo, el hombre mismo,
y el progreso, su cometido de guardar el Ser y corresponderle como su
pastor. Lo que hay en juego en todo esto es la expresión de un
problema antiquísimo, a saber, el de la cría y domesticación del
hombre por el hombre; un problema en el que han estado involucrados,
por referirse sólo al gremio, todos los filósofos, y que podría
denominarse como la disputa
por la antropogénesis,
esto es, la lucha encarnizada por obtener un derecho procreador y
tutorial sobre el hombre, una gigantomakhia
peri tou ántropou.
Es en razón del intento
heideggereano de dilatar el imaginario de la era agraria del mundo
que se puede barruntar el porqué de la aversión de Heidegger hacia
la democracia, el capitalismo, el socialismo, el humanismo, la
técnica y el industrialismo de la era hoy en curso, era que al fin
se ha hecho cuestión de la crisis de la paternidad y del principio
genealógico de la especie o de la criatura hombre.
Heidegger,
haciendo gala de la aguda perspicacia del reaccionario, advierte la
sociedad de la democracia liberal y capitalista como el fin
definitivo de la comunidad en torno a la tierra. En este sentido la
afirmación de Sloterdijk según la cual “Heidegger es el último
cerebro de la era agraria”, trae consigo la concepción de la
política clásica según la cual los hombres eran obras de hombres
gestados en el seno de la comunidad, a la vez que unidos a la tierra
por un cordón umbilical llamado tradición. En este proceso
histórico de conservación del hombre por
el hombre, la metafórica agraria concebía a cada nueva generación
de hombres como el producto del orden y rotación inmemorial de
siembras y cosechas.
En Heidegger no parecen haber motivos (o
inspiraciones) extraagrarios. El hombre como pastor
del ser
impone todo un imaginario de resonancias bucólicas que actualmente
es inviable. Hoy ya no hay escenarios para el pastoreo. El hombre del
individualismo occidental contemporáneo ya no comulga con
concepciones gregarias, es siempre antes que un pastor de lo que sea,
el programador de su propia existencia. Tiende con constancia a
constituirse invariablemente en un ser nuevo y último, vale decir,
en un ejemplar
único en su especie o
en una criatura autopoiética; siempre y cuando no pertenezca a las
multitudinarias masas desafiliadas y despreciadas por el tercio más
rico del planeta.
A partir de este fenómeno contemporáneo, se
hace imposible toda tradición que no sea la del legado de la
técnica, por lo cual las vías de heredación se tornan
unilaterales. Mediante la técnica las generaciones en proceso de
gestación tienden a elevar sus niveles de lujo y confort. La técnica
sería el único elemento de traspaso que ha perdurado con una
continuidad ascendente desde el surgimiento de las culturas
superiores, hace cuatro o cinco mil años, hasta hoy. Sin embargo, en
opinión de Sloterdijk, la labor humana de mayor relevancia, y no
sólo por su factura técnica, se forjó en el período más antiguo
y nebuloso de la especie, específicamente, en la milenaria vida de
las hordas, momento en el que se hace posible por primera vez la
generación
de hombres por parte de hombres, a saber, la antropogénesis. A este
gesto grupal y psicosocial de la horda, Sloterdijk lo califica como
paleopolítica, esto es, “el milagro de la repetición del hombre
por el hombre”. La antropogénesis sería, entonces, el legado más
antiguo de toda tradición humana, y quizás también la función
primordial a la que estuvo, alguna vez, ordenado el legado completo
de la técnica.
Desde
esta perspectiva, la gestación del hombre en sentido heideggereano
se realizaría en óptimas condiciones cuando éste es un fruto del
campo de labranza de la comunidad. El producto de la comunidad es
comunidad misma, su propia supervivencia, no el individuo. El uso y
conocimiento de los ciclos agrarios, de la tierra y el cielo por
parte de un campesino, comunican la figura de la comunidad agraria
como especie de esfera que tiende, según sus deseos de prosperidad,
a aumentar su diámetro, vale decir, a expresar mayores niveles de
cohesión social. Según esto, la rotatividad de la supervivencia
campesina expresada en los
ciclos agrarios, ya desde los primeros asentamientos de ex tribus
nómades, proporciona la imaginaria fuerza física
(generadora y motriz a la
vez) para vincular cohesionadamente grandes grupos de un modo
progresivo hasta formar un conjunto a gran escala llamado pueblo,
nación, Estado, sociedad, comunidad. Claramente en esto se muestra
la supervivencia de ciertos elementos del espíritu de las primitivas
hordas, sobretodo en su carácter de esfera móvil vinculante en
función de determinada cosa-pública,
cuestión que, dicho sea de paso, expresa una suerte de consenso
primigenio, un primer sentido
común que consistiría en
incubar seres humanos o “aquello próximo vulnerable que requiere
ser integrado a la orgánica de la incubadora”.
Así,
pues, desde la perspectiva de la domesticación humana, el peligroso
“estado fuera” de la horda, la naturaleza cruel y salvaje ante la
cual la horda actuaba como esfera morfo-inmunológica en la
generación de un espacio intimo comunitario con recurso a música y
lenguaje ritual, se convierte paulatinamente en un “dentro” desde
la era agraria, pero un “dentro” mediatizado, esto es, hominizado
por un dominio calculado, a través de la construcción –primero
espontánea, pero después planificad– de habitáculos para el
asentamiento definitivo y la expansión a partir de un centro
geográficamente imaginario. Por contraste a esta concepción de la
cría de hombres agraria, Heidegger vería la zona de gestación
contemporánea de hombres por parte de hombres más como un
invernadero que como un campo, un huerto o un jardín.
En
un invernadero aumenta por fuerza la manipulación y la
artificialidad, ya no hay los ciclos de la naturaleza a los que se
ajusta el campesino. En cambio, se generan artificialmente
condiciones de producción de hombres. El hombre ya no es un fruto de
la condición natural, dada, de la tierra. La gestación de hombres
ya no es un trabajo de consuno entre la comunidad y la naturaleza,
por el cual el hombre era un derivado de ambas. En este mismo
sentido, en el comienzo de las culturas superiores, el hombre se
separa de la vieja naturaleza gestora de las primitivas
hordas para introducir
un segundo elemento gestor propio de la era agraria: el hombre mismo,
que idealmente se complementa al trabajo de la naturaleza, pero que
comienza a ganar dominio en los centros urbanos de los imperios
antiguos, donde se forma a una minoría selecta en el arte del saber
mandar, y que culmina en una secesión respecto de la vieja
naturaleza, que da lugar a la actual secesión de los hombres
respecto de los hombres, por lo cual la condición actual del hombre
deviene en la del exilio de la tierra y la de la extrañeza de sus
semejantes: hoy el hombre se ha retirado de sus tradicionales
sistemas productores.
Una
mentalidad agraria está asentada en el paradigma según el cual el
mundo está en crecimiento tal y como lo experimenta un campesino.
La hermenéutica misma es una ciencia de la gestación. El célebre
círculo hermenéutico
puede ser la expresión ontológica de los ciclos agrarios conocidos
por el campesino. Una ejemplificación simple de los ciclos de
cultivo de la tierra puede ser la siguiente: se comienza por un
período de siembra, después se aguarda la lluvia temprana y la
tardía, a esto le sigue la espera del producto de la tierra, si la
tierra de suyo lleva fruto, se termina en el tiempo de la siega y el
acopio de recursos para los días duros de la próxima siembra, a la
vez que como resguardo ante una posible esterilidad de la tierra,
todo en la inminencia de iniciar un próximo ciclo. Hay en todo esto
la expresión de una suerte de inmanencia de la naturaleza.
El
ciclo agrario, recién expuesto, se relaciona con sus mismos
productos de un modo sistémico. La hermenéutica es un valorar a las
cosas a partir de los valores que ellas mismas destilan, esto es a lo
que comúnmente se llama círculo hermenéutico, pero que un
campesino podría llamar, sin forzar el concepto, ciclo agrario.
Parece haber un paralelo entre el contexto incubador, y cíclico de
la tierra, con el contexto cultural, y circular, de, por ejemplo, una
obra de arte. En este sentido, la hermenéutica no hace más que
adherirse al contexto cultural inmanente que los mismos objetos de
interpretación constituyen. De este modo, lugares naturales y
lugares culturales hallan su cohesión, supervivencia biológica y
supervivencia espiritual tienen un método propio que asegura a los
hombres un refugio ante el nihilismo de la modernidad. Por ello, en
base a lo anterior, me atrevo a afirmar que toda la hermenéutica
heideggeriana descansa en su mentalidad agraria; lo cual, por otra
parte, está en íntima relación con su circunstancial adherencia al
nazismo, cuyo ideal ideológico de pueblo endogámico no escapó a
las figuras circulares en el escenario de la tierra.
Con
ocasión de este último comentario me permito hacer un breve excurso
acerca de los totalitarismos políticos que sirve para ejemplificar
algunas cosas de lo hasta aquí dicho. Para Sloterdijk, entre el
mundo de la época agraria y el mundo de la era industrial –y esto
es típico de las pausas entre épocas– los psicópatas, haciendo
el papel de impulsores del Estado, tienen la oportunidad de organizar
confusiones colectivas.
El nacionalsocialismo alemán
y el
socialismo soviético, así como sus derivados a lo ancho del
planeta, son claramente compulsiones megalomaníacas individuales que
derivan en una psicopatología colectiva, que a su vez conduce a la
instauración de un sistema de locura. Según Sloterdijk ambos
movimientos son errores de formato, grandes experimentos fallidos,
falsas proyecciones de lo pequeño en lo grande, en los que se
dilatan largamente muchas de las categorías de la era agraria del
mundo, que ya no tienen asidero en la realidad actual.
Específicamente, usando la terminología de Sloterdijk en Esferas,
se dilatan nociones globales y no espumeantes del mundo, esto es,
imágenes céntricas y no policéntricas del poder. Según mi parecer
el error de formato de los totalitarismos políticos podría ser
caracterizado también como una dinámica global concéntrica del
poder que responde a una vigilancia de tipo panóptico que hoy se
torna ineficiente en la era del terrorismo y el capitalismo
espumeante. La bendición imperial papal urbi
et orbe se hizo
definitivamente inocua desde el fracaso de los modelos de
planificación central nazi y soviético. Una reflexión más
detenida sobre modelos céntricos y circulares del poder clásico en
política y religión podrá aportar luces acerca de las dinámicas
contemporáneas del poder político: una era en la que, por ejemplo,
el centro ocular de vigilancia está en órbita en puntos
estratégicos del hiperespacio.
Sin
embargo, la circularidad de la hermenéutica heideggereana no es una
al modo de las metafísicas clásicas que tenían el círculo por la
figura del viaje del alma, un alma en posesión del boleto de ida y
vuelta de la causa final. El dinamismo circular de la salvación
ontoteológica tradicional es una muestra de negación del mundo tal
y como lo conocemos para obtener de este modo una nueva y perpetua
morada sobrenatural. Heidegger más bien nos invita a ver y,
principalmente, a oír circunspectivamente el mundo en tanto seres
arrojados entre las cosas, a atender a nuestro trato cotidiano con
los entes, en un sentido eminentemente existencial. Para Sloterdijk,
Heidegger nos llama a tener en cuenta lo más inmediato, pues
proyecta el arte de la banalidad hasta las alturas del concepto
explícito. En mi opinión, el alegato de la introducción de Ser
y Tiempo
por retrotraer la pregunta por el sentido del Ser, es una defensa en
contra de la trivialización de lo trivial. Por el contrario,
Heidegger presenta una ontología de la existencia del ser que “tiene
que ser”, lo cual, entre otras cosas, da lugar a una
conceptualización de la vida cotidiana. En Crítica
de la razón cínica dice
Sloterdijk: “la ontología existencial que trata del Man
y del Dasein
intenta algo que a la filosofía primera no se le había ocurrido ni
en sueños: el hacer de la trivialidad un objeto de
alta teoría”.
Sólo así ella piensa más allá del bien y del mal y más acá de
la metafísica. Sólo sobre esta delgada línea puede moverse. Esto
es lo que se podría llamar, según mí parecer, ontología
circunspectiva de la trivialidad: el intento heideggereano de hacer
del hombre un ser ex-céntrico y ex-tático volcado sobre el mundo.
Así, la filosofía de la existencia heideggeriana deviene desde la
unidad acústica del in der
Welt Sein hasta la
triplicidad acústica sloterdijkiana del in
der Sphären Sein; de la
circunspección del mundo a la circunspección en diversas
conformaciones de espacios habitables. Ambos apuntan a lo mismo: ante
el actual “estado de cosas” el hombre está llamado a amar el
silencio y la atención auditiva in
media res, a asumir que
puede ser propiamente un fenomenólogo y hermeneuta del habla y de la
escucha, pero en el ruido y borrosidad de su propia existencia,
sociedad y cultura; no en medio de una escena pastoril que dada la
naturaleza de la negatividad
actual más parece una
manía demiúrgica que un proyecto antropológico viable.
Dr. Adolfo
Vásquez Rocca
PETER SLOTERDIJK; EN EL MISMO BARCO, FANTASÍAS DE PERTENENCIA E
INSULAMIENTOS: PARA UNA TEORÍA DE LAS CÁPSULAS, ISLAS E INVERNADEROS.
Dr. ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA
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