SLOTERDIJK; ENTRE ROSTROS; ESPACIO INTERFACIAL O HISTORIA NATURAL DE LA AFABILIDAD
Espacio Interfacial o Historia natural de la afabilidad.1
ESFERAS I
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
El espacio interfacial – la esfera sensible de proximidad bipolar de rostros – tiene una historia propia y peculiar de catástrofes2.
El arte contemporáneo es transido por el problema de la identidad, por la condiciones de su inaccesibilidad. La historia del retrato occidental está dividida así entre un retrato inocente y fiel que goza del rostro representándolo en la forma clásica, y un retrato que tiene para sí todo el respeto y toda la conciencia en los medios de expresión de la pintura, pero que no goza de su objeto porque no sabe o no quiere representarlo. El rostro mismo ha desaparecido de la pintura moderna y con él, todos los reconocimientos, y filiaciones con la tradición aristocratizante de las Bellas Artes. El rostro no es algo fijo. El rostro, el de los otros así como el nuestro propio, cambia, se deforma, se esfuma. Ninguna imagen puede darnos idea del todo. Una foto no lo abarca. Se adhiere a lo real, pero no lo devela. De ahí la imposibilidad baconiana de completar el retrato de un hombre.
Así el desarrollo del retrato bajo ninguna circunstancia puede entenderse sólo como un fenómeno que atañera únicamente a la historia del arte; aunque tampoco una historia de la imagen, ampliada mediática y culturalmente, podría dar suficiente cuenta todavía del nacimiento del rostro a partir del espacio interfacial, dado que esto envuelve un acontecimiento que remite a mucho antes de toda cuestión representativa, esa es precisamente la tesis de Sloterdijk en Esferas I. La elevación del rostro profano a la categoría de retrato es ella misma una operación muy tardía y precaria en el espacio-entre-rostros, que como tal no puede aparecer en ningún retrato aislado. El arte del retrato, en tanto proceso de revelado que pone de manifiesto o saca a la luz la individualidad, pertenece a un amplio movimiento de producción de rostros que posee un estatus propio de género histórico más allá de toda manifestación histórica artística y plástica. La posibilidad de facialidad3 va unida al proceso de antropogénesis mismo. Todo lo específico y singular que se anota en el rostro como rasgo de carácter o como patrón y línea de temperamentos regionales y propiedades adquiridas sólo puede entrar en el rótulo facial a través de la protracción del tierno entretenimiento del mutuo iluminarse de los rostros de madres e hijos en el período del cobijo posnatal. Su hacia aquí y hacia allá está anclado en antiguas sincronizaciones histórico-tribales de los juegos de ternura protoescénicos; es parte de un conjunto de esquemas innatos de participación bipersonal emotiva4.
El individualismo moderno nace cuando la misma gente redacta su autodescripción, cuando ensaya la autocreación de sí, es decir, cuando empieza a reclamar los derechos de autor sobre sus propias historias, autobiografías y opiniones, así como también los derechos sobre su imagen, convertidos así en diseñadores y empresarios de su propia apariencia.
Sloterdijk Espacio interfacial y Esferas por Adolfo Vásquez Rocca
En la configuración de la identidad tenemos que tramarnos un yo y, mal que bien, lo intentamos. Todas las figuras disimulan el vacío, que se adueña de las formas, se adueña de las ficciones. El teatro de nuestras cualidades, nuestra imagen del mundo, nuestro compromiso... el vacío engulle este tipo de estructuras como si nada. Todas las pretensiones de construir un yo estable a partir de lo social nos llevan a una posición que carece de autenticidad y anclaje ontológico. Los cuadros modernos están llenos de identidades a la deriva, de rostros sin perfiles, de nuevos espacios del anonimato. El espacio público se comporta –a este respecto– no como un espacio social, determinado por estructuras y jerarquías, sino como un espacio protosocial, un espacio previo a lo social al tiempo que su requisito, premisa escénica de cualquier sociedad. La posmodernidad es precisamente la escena del borrado paroxista o la difuminación total al modo como lo anticipaba Malevich quién destiló con su “Cuadrado negro sobre fondo blanco” la última forma de reducción de las imágenes y de la representación. Idéntico monstruo negro es el telón de fondo de la psique. En otras palabras: el alma que experimenta consigo misma, que se descompone en sus últimas partículas, se descubre a sí misma como una nada real; es una especie de monocromía, una superficie indiferente, la superficie en sí, la página vacía en el libro interior. Ese fondo puro puede ser cuadrado, triangular, puede tener tantos lados como quiera, o ser completamente informe: el único punto decisivo es que esta monocromía interna no muestra nada, es una pantalla vacía. Se trata de un negro vacío, redondo o cuadrado, y se trata de mí, o más bien del yo ante el yo, un simple fondo sin figura, una pantalla sin texto.
Sloterdijk Espacio interfacial y Esferas por Adolfo Vásquez Rocca
Interfacialidad, cabe precisar, no es sólo la zona de de una historia natural-social de la afabilidad. Cuando el arte moderno muestra rostros todavía, levanta acta a la vez de una permanente catástrofe interfacial. Desde tiempos muy tempranos la historia de los encuentros con el extraño fue también una escuela visual del terror. Eso no es lo que hace solidarias en rasgos esenciales a la época arcaica y a la moderna. Las culturas más antiguas no poseían medios para apropiarse lo radicalmente extraño; las modernas tampoco lo poseen. Por eso ambas necesitan de la máscara como el medio de afrontar lo no-humano, lo extrahumano, con un correspondiente no-rostro o rostro sustitutorio. En la época arcaica, como en la moderna, lo que era rostro se convierte en el retrato en escudo contra aquello que deforma y niega los rostros. La máscara es el escudo facial que se levanta en la guerra de las miradas5.
Resuena a través de esas máscaras el silencio hierático de lo sagrado, que invade el rostro y los ojos hasta fijarlos en una especie de reposo rígido y majestuoso. No hay el menor atisbo de movimiento ni de dinamismo, o de fuerza potencial que pudiera ser desplegada, en esos rostros convertidos, en su travesía del límite, en auténtico material sagrado.
Se trata de ese silencio hierático que invade el espacio de su travesía hacia el más allá del límite del mundo.
No hay en esos rostros ya alegría ni dolor; placer ni displacer; felicidad ni amargura. Todo el complejo y tupido relato de los cambios emocionales de fortuna e infortunio ha sido trascendido.
Sloterdijk Espacio interfacial y Esferas por Adolfo Vásquez Rocca
Estos rostros nos miran desde más allá de la tragedia y de la comedia. No ríen; pero tampoco lloran. Están ahí para que los contemplemos en un acto que trasciende la pura fruición estética. O que sublima ésta hacia el acto de veneración propio de la actitud religiosa ante lo que posee virtualidad y valencia sagrada.
Espejo y espejismo
Recapitulemos. ¿Qué es un rostro? Lo que se ofrece a la vista de los demás. Veo el rostro de enfrente, no hay autorreflexión. Al principio era la realidad interfacial primaria, luego vino el encuentro de rostros humanos en imágenes especulares.
Peter Sloterdijk nos ofrece una breve historia del espejo como objeto-utensilio: antes de mediados del siglo XX no hay una extensión de los espejos a grandes masas de población (esto lo recuerda cuando rebate el teorema de Lacan). Así pues, es gracias a esa cultura saturada de espejos que pudieron triunfar ideas como la de una relación originaria de autorreferencia o el narcisismo freudiano. El mito de Narciso es también visto como un accidente de la naciente autorreflexión. Ese rostro ante el que cae embobado no es aún el suyo propio. Entre los griegos, sólo las mujeres son dadas al uso del espejo.
Al principio encontramos un juego bipolar interfacial en donde el otro hace las veces de espejo personal, pero con la peculiaridad de que es lo contrario de un espejo: no hay ni la discreción de un reflejo en cristal o en metal ni tampoco una reproducción de la imagen sino un eco afectivo.
Llega un momento en que "los individuos se retiran habitualmente del campo de intercambio de miradas--que los griegos siempre comprendieron también como campo de intercambio de palabras--a una situación donde ya no necesitan el complemento de la presencia de los otros, sino que, por decirlo así, son ellos mismos los que pueden complementarse a sí mismos" (p. 190).
Esa identidad facial del yo--tener un rostro propio--coincide con el surgimiento del individualismo (alguien que ha de valerse por sí mismo): el individuo adopta la óptica de una mirada extraña dirigida a él mismo. Estos sujetos del régimen individualista han caído en manos del poder del espejo. Se inicia así la ilusión del poder realizar, sin un otro real, "el papel de las dos partes en el juego de relación en la esfera bipolar; esta ilusión se va concretando en el curso de la historia europea de los medios y mentalidades hasta llegar a un punto en el que los individuos mismos se consideran definitivamente como lo primero sustancial, y sus relaciones con otros, como lo segundo accidental" (p.192).
El juego de autocomplementación del individuo ante el espejo (y otros medios egotécnicos, como el libro) es utilizado para la sublime ficción de la autonomía (un sueño de dominio sobre uno mismo - estoicismo). Es la imagen, por ejemplo, del sabio que puede ser su propio señor, sin dejarse penetrar por ninguna mirada ajena. Se proscribe a los demás de su espacio interior y se los sustituye por medios técnicos de autocomplementariedad. Surge una sociedad moderna llena de individuos que viven dentro de una poderosa ficción real: "en el fantasma de una esfera íntima que contiene un único habitante, ese individuo mismo. Esa quimera real sostiene todas las relaciones individualistas. Garantiza el caso particular de cada individuo en una burbuja tupida de redes, cuando uno en ocasiones en realidad quiere huir de sí mismo y de su yo autocontagioso.
Francis Bacon va a representar icónicamente el cuerpo como un objeto mutilado que regresa a la animalidad, que se encierra y enfrenta a sí mismo desbordando los estereotipados discursos de la masculinidad y la construcción cultural de los géneros, que, obsesionado por su proximidad a la muerte y su semejanza al cadáver llega a disolverse y a desaparecer.
Cuando el arte moderno vuelve a mostrar rostros, lo hace para dar cuenta de una catástrofe interfacial. Los rostros ahora se (de)forman en el intercambio de miradas monstruosas y mecánicas; de allí la impresión de que en amplias zonas del arte de la Modernidad la protracción se ha detenido, o bien ha comenzado a poner de relieve en el rostro humano lo no-humano, lo extrahumano.
El individualismo nace cuando la misma gente redacta su autodescripción, es decir, cuando empieza a reclamar los derechos de autor sobre sus propias historias, sus propias opiniones. A partir del siglo XVIII, esto salta a la vista. Desde entonces, los individuos burgueses son, de manera virtual y actual, héroes de novela y autores de sus autobiografías. En el siglo XX, el individualismo del diseño se suma al individualismo de la novela: actualmente, reclamamos también los derechos sobre nuestra apariencia. Nos hemos convertidos en individuos-diseñadores. Cuando hablamos de "individuo", nos referimos a un sujeto que se implica en la aventura de la autocreación de sí mismo y que quiere determinar de manera experimental qué vida es la mejor para él.
La aleatoriedad del yo.
Ocurren muchas cosas a partir de las cuales tenemos que tramarnos un yo y, mal que bien, lo intentamos. Todas las figuras disimulan el vacío, se adueña de las formas, se adueña de las ficciones. El teatro de nuestras cualidades, nuestra imagen del mundo, nuestro compromiso... el vacío engulle este tipo de estructuras como si de nada se tratase. Todas las tentativas que pretenden construir un yo estable a partir de lo social nos llevan a una posición o que carece de autenticidad o que resulta ridícula. Los cuadros modernos están llenos de identidades a la deriva, de rostros sin perfiles, de nuevos espacios del anonimato. El espacio público se comporta –a este respecto- no como un espacio social, determinado por estructuras y jerarquías, sino como un espacio protosocial, un espacio previo a lo social al tiempo que su requisito, premisa escénica de cualquier sociedad. La posmodernidad es precisamente la escena del borrado paroxista o la difuminación total al modo como lo anticipaba Malevitch quién destiló con su “Cuadrado negro sobre fondo blanco” la última forma de reducción de las imágenes y de la representación. Idéntico monstruo negro es el telón de fondo de la psique. En otras palabras: el alma que experimenta consigo misma, que se descompone en sus últimas partículas, se descubre a sí misma como una nada real; es una especie de monocromía, una superficie indiferente, la superficie en sí, la página vacía en el libro interior. Ese fondo puro puede ser cuadrado, triangular, puede tener tantos lados como quiera, o ser completamente informe: el único punto decisivo es que esta monocromía interna no muestra nada, es una pantalla vacía. Se trata de un negro vacío, redondo o cuadrado, y se trata de mí, o más bien del yo ante el yo, un simple fondo sin figura, una pantalla sin texto.
Sloterdijk; Esferas Espacios y Rostros por Adolfo Vásquez Rocca
La detracción y la abstracción han ganado la supremacía como energías plástico faciales conformadoras frente a la protracción. Ánimos deformadores y vaciadores del rostro han transformado el portrait en détrait y en abstrait; al retrato corresponde una doble tendencia del arte facial: expresar estados más allá de la expresión, por un lado, y transformar el rostro en prótesis posthumana, por otro. No en vano el nuevo lugar más característico del mundo mediático innovado es ese interface que no designa ya el espacio de encuentro entre rostros, sino el punto de contacto entre rostro y no-rostro o entre dos no-rostros.
De modo análogo el arte estatuario arcaico muestra rostros no modelados ya en correspondencias esféricas íntimas, rostros desgraciados, perfilados por el vaciamiento y deformación que han experimentado las potencias mundiales –no en último término por la deformación debido al éxito, la permanente sonrisa dental de los triunfadores– ; rostros cuyo En-frente ya no son cómplices humanos sino monitores, cámaras (la imagen reemplaza a las palabras escritas, con su aplastante fuerza visual y mediática), ya no se ve el rostro del adversario ni el de las víctimas sólo mercados, edificios devastados y oficinas de monitoreo con evaluadores militares. Las guerras modernas son, pues, asépticas, son guerras donde no se ven las víctimas, donde no hay sangre ni quejidos de heridos.
El paradigma de la guerra mediática fue la noche del 17 de enero de 1991 cuando las imágenes enviadas por la CNN dieron la vuelta al mundo, una guerra donde no se veían las víctimas, donde no había sangre ni quejidos de los heridos... La imagen reemplaza a las palabras escritas, con su aplastante fuerza visual..
De allí que el retrato moderno clásico, empero, ya no puede corresponder a rostros que se forman en el intercambio de miradas monstruosas y mecánicas; por eso es comprensible la impresión de que en amplias zonas del arte de la Modernidad la protracción se ha detenido, o bien ha comenzado a poner de relieve en el rostro humano lo no-humano, extrahumano. La detracción y la abstracción han ganado la supremacía como energías plástico faciales conformadoras frente a la protracción. Ánimos deformadores y vaciadores del rostro han transformado el portrait en détrait y en abstrait; al retrato corresponde una doble tendencia del arte facial: expresar estados más allá de la expresión, por un lado, y transformar el rostro en prótesis posthumana, por otro. No en vano el nuevo lugar más característico del mundo mediático innovado es ese interface que no designa ya el espacio de encuentro entre rostros, sino el punto de contacto entre rostro y no-rostro o entre dos no-rostros.
Sloterdijk, Rostros y Esferas por Adolfo Vásquez Rocca
Mientras el papa gritando de Francos Bacon muestra todavía un rostro en explosión, los autorretratos de Andy Warhol alcanzan el estado del desprendimiento de sí en la distribución automática. Ambas obras tienen todavía un lugar en el margen del arte expresivo, ya que no sólo la desmembración, sino también la congelación del rostro, están sujetas al principio expresión. De éste se derivan decididamente nuevos procedimientos de la estética facial en las artes plásticas.
Sloterdijk Espacio interfacial y Esferas por Adolfo Vásquez Rocca
Rostros y Máscaras
El rostro no es inmóvil, no es algo fijo. El rostro, el de los otros así como el nuestro propio, cambia, se deforma, se esfuma. Ninguna imagen puede darnos idea del todo. Una foto no lo abarca. Es un simulacro. Se adhiere a lo real, pero no lo devela. De ahí la imposibilidad baconiana de completar el retrato de un hombre.
¿Cómo realizar el retrato de un hombre? ¿Hay posibilidades ciertas de concreción o es un puro fluir de especulaciones? Todo hombre se construye por sus palabras, por lo que dice y se dice de sí mismo. El relato de un hombre sobre sí mismo es lo único que poseemos para construirlo.
Con frecuencia sucede que, para agotar de una manera más completa un estudio, el artista se inspira en fotografías de una misma persona a distintas edades: el retrato definitivo podrá representarlo más jóvenes o bajo un aspecto distinto al que ofrece en el momento de posar porque lo que le pareció más real, más verdadero, es ese aspecto que realizó como el más revelador de su auténtica personalidad.
La reflexión que posibilitan estos retratos tiene el carácter de un diagnóstico.
En el retrato conceptual no debieran interesar las fotos de búsqueda y captura objetiva, dado que su intención es más bien la representación de personalidades disociadas. Su intención no es crear un efecto andrógino, sino una especie de diagnóstico esquizoide.
La pintura halla, quizás, su prueba decisiva en el retrato y tal vez, más particularmente, en el autorretrato. Este parece restablecer el carácter especular que constituye, quizás, su más secreta verdad. En el reto que el espejo suscita al pintor éste parece desprenderse de toda adherencia objetiva; alcanza, por fin, la desnudez psíquica.
Esferas y medios puros por Adolfo Vásquez Rocca
La pintura es el dibujo de nuestro sistema nervioso proyectado sobre el lienzo.
Resuena a través de esas máscaras el silencio hierático de lo sagrado, que invade el rostro y los ojos hasta fijarlos en una especie de reposo rígido y majestuoso. No hay el menor atisbo de movimiento ni de dinamismo, o de fuerza potencial que pudiera ser desplegada, en esos rostros convertidos, en su travesía del límite, en auténtico material sagrado.
No hay en esos rostros ya alegría ni dolor; placer ni displacer; felicidad ni amargura. Todo el complejo y tupido relato de los cambios emocionales de fortuna e infortunio ha sido trascendido.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
1SLOTERDIJK, Peter, Esferas I, Cap. 2: “Entre rostros. Sobre la emergencia de la esfera íntima interfacial”, Editorial Siruela, Madrid, 2003, pp. 135 a 195
2SLOTERDEIJK, Peter, Esferas I, Siruela, Editorial Siruela, Madrid, 2003, p. 177 y sgtes.
5VASQUEZ ROCCA, Adolfo, La Moda en la posmodernidad; deconstrucción del fenómeno fashion, en Nómadas, UCM.
Ver:
VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Artículo "Rostros y lugares del anonimato en la sobremodernidad", en Revista Almiar, MARGEN CERO, MADRID, Nº 33 abril – junio 2007 Margen Cero © , Fundadora de la ASOCIACIÓN DE REVISTAS DIGITALES DE ESPAÑA (A.R.D.E.)
http://www.margencero.com/articulos/articulos_taber/anonimato.html
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Dr Adolfo Vásquez Rocca - E-mail: adolfovrocca@gmail.com
Doctor en Filosofía y Teoría del Arte; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, Pensamiento contemporáneo y Estética. Profesor de Antropología y de Estética -Departamento de Artes y Humanidades. Director de Revista Observaciones Filosóficas http://www.observacionesfilosoficas.net/. Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo. Profesor Asociado al Grupo Theoria Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado.
E-mail: adolfovrocca@gmail.com
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