Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad _ Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad _ Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad
En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
MargenCero
Vásquez Rocca, Adolfo, “Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad: En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana”, En Revista Almiar –Margen Cero– Nº 71 | noviembre-diciembre 2013, Madrid. http://www.margencero.com/almiar/vasquez-rocca-freud-y-kafka/
Vásquez Rocca, Adolfo, “Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad: En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana”, En EIKASIA, Revista de la Sociedad Asturiana de Filosofía SAF, Nº 55 – marzo, 2014 – ISSN 1885-5679 – Oviedo, España, pp. 73 – 92.
http://www.revistadefilosofia.org/55-04.pdf
1.- Kafka y Freud: El Proceso y la culpa
Ante la ley
«Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este
guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián
contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y
pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
—Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el
guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El
guardián lo ve, se sonríe y le dice:
—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi
prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los
guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más
poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo
mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser
siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián,
con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de
tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián
le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al
guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa
brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras
cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores,
y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre,
que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por
valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto,
pero le dice:
—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al
guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único
obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los
primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que
envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su
cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta
las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo
ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya
no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero
en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge
inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida.
Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden
en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace
señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte
comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse
mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos
ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es
posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera
entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus
desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído
con voz atronadora:
—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla».
F. Kakfa, La Condena
Toda la obra de Kakfa está atravesada por el tema del juicio, el
proceso y la condena; el universo kafkiano es el de las maquinarias
burocráticas, despersonalizadas e implacables; un mundo de delatores,
víctimas y victimarios. Burocracias; una pesadilla laberíntica donde se
admite una culpa de contornos difusos, que —precisamente— por ello
reviste un carácter angustiante, incoherente y absurdo. Es pues Kafka
quien a la par que Freud, se referirá a los criminales por sentimiento
de culpabilidad, donde la culpa preexiste a la falta y en cierta manera
la genera.
«El tribunal no te acusa, no hace más que recibir la acusación
que tú te haces a ti mismo». (G. Agamben)
«El tribunal no te acusa, no hace más que recibir la acusación
que tú te haces a ti mismo». (G. Agamben)
La obra de Franz Kafka, mundo de antihéroes, víctimas y victimarios,
constituye la mayor contribución artística y literaria a la
conceptualización del complejo mecanismo psicológico de la culpa. La
obra de Kafka se alimenta de lecturas y motivos freudianos: el miedo, el
absurdo y la culpa. Así el protagonista de El Proceso [1] o en El Castillo [2]
siente constantemente una amenaza, un constante acecho… Personajes
anodinos, viscosos, funcionarios, cada uno enmarañado en sus
justificaciones y rutinas.
En la convivencia humana normal —no patológica— la autojustificación o
la autodefensa siguen a la acusación; en el universo literario kafkiano
—en cambio— la autojustificación precede a la acusación, cuya sustancia
velada nunca se precisa por parte de los captores, representantes de la
Ley —la que aparece como un Poder sin rostro, difuso y abstracto…,
siempre dilatorio—, ante la cual alegatos y parlamentos ante
innumerables tribunales generan un engañoso sentimiento de avanzar en la
causa, pero de no salir jamás de su opresiva atmósfera. [3]
Adelantándose a los trabajos Michel Foucault tanto Freud como Kafka
describen un poder anónimo e impersonal: no se conocen nombre ni rostro.
Todo hace creer que el pecado de Joseph K. es otro. El suyo es la
culpa sin nombre y sin motivación, la culpa ineluctable, ni lejana ni
cercana, que nadie ha cometido ni en los albores de la tierra, y que
puede pesar sobre muchos hombres, como un ala de tiniebla, como una
mancha de la cual nunca lograrán lavarse ni el corazón ni las manos. Su
pecado, en una palabra, es el atroz sentido de culpa que durante toda su
vida torturó a Franz Kafka. [4]
En el primer capítulo de El Proceso [5],
cuando Joseph K. es acusado sin causa alguna y formalizado detenido sin
ser retenido en prisión, uno de los guardias le dice algo siniestro y
turbador: Nuestras autoridades… no buscan la culpa entre las gentes sino
que, es la culpa la que las atrae… Esta máxima es una perfecta
definición del sentimiento de culpa que en un momento dado Freud formula
en los siguientes términos: «[...] la conciencia de culpa
preexiste a la falta; la culpa no procede de la falta, sino a la
inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas
es lícito designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de culpabilidad». [6]
Un culpable… es reconocible en medio de una multitud, y esa culpa,
como dice un personaje de Kafka, «por sí sola atrae sobre ella la
justicia». La culpa les hace «bellos».
Los acusados son precisamente los más atractivos. No puede ser la
culpa lo que los hace atractivos, porque —así tengo que hablar al menos
como abogado— no todos son culpables; tampoco puede ser el castigo
futuro el que los hace ya atractivos, porque no todos son castigados;
por consiguiente, solo puede ser el proceso iniciado contra ellos lo que
de algún modo trae eso consigo.
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2.- Criminales por sentimiento de culpa o «Los que delinquen por conciencia de culpa»
«[...] la conciencia de culpa preexiste a la falta;
la culpa no procede de la falta, sino a la inversa,
la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es lícito
designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de culpabilidad». [7]
Freud, S.
la culpa no procede de la falta, sino a la inversa,
la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas personas es lícito
designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de culpabilidad». [7]
Freud, S.
El hombre es culpable; intencionalmente es un criminal, su crimen
reside en la fantasía y en los deseos culpables de la infancia, porque
la pulsión de muerte exigió y obtuvo, de una u otra manera, una
satisfacción. Las satisfacciones disfrazadas, secretas, latentes se
manifiestan por síntomas: la culpabilidad es asimilable a esos síntomas. La institución ya semi-neurótica de un acusador, de un fiscal del otro, del superyó es el agente de la pulsión de muerte.
«Cuanto más inocentes somos, es decir, cuanto mejor nos
apartamos de nuestras pulsiones agresivas, más pasan éstas al servicio
del superyó y mejor armado está para torturarnos. Así los más
‘inocentes’ llevan la carga más pesada de culpabilidad». [8]
Freud estaba persuadido de que era propio de la naturaleza misma de
la doctrina analítica, en lo que respecta —por ejemplo— a esta
concepción de la culpa, presentarse como chocante y subversiva. Mientras
navegaba hacia los Estados Unidos, no pensaba que llevaba a este país
un nuevo bálsamo. Con su habitual humor cáustico, decía a sus compañeros
de viaje: «Les llevamos la peste».
Cuando Freud y Jung se dirigían a Estados Unidos para pronunciar unas
conferencias sobre Psicoanálisis, el primero dijo al segundo: «Les
traemos la peste». Efectivamente, el psicoanálisis es como un jarabe
duro de tragar, no se trata de un rechazo intelectual, sino afectivo
porque atenta contra los orígenes demasiado humanos de, por ejemplo, la
religión; pero ante todo porque es la expresión de la relatividad de los
valores, el bien y el mal a menudo no son más que construcciones
culturales y sociales con lo que gran parte de lo mejor de nosotros
mismos es víctima de una represión, que llevamos a cabo sin caer en la
cuenta de que en ello somos unas víctimas de nuestra sociedad y nuestra
cultura.
3.- El malestar en la cultura: Anatomía de la (auto) destructividad humana
En su obra, Más allá del principio del placer [9],
Freud se pregunta si el impulso hacia la muerte, autodestructivo, no es
acaso el principio fundamental de todos los demás impulsos y al tender
todos hacia la muerte, uno puede formular la siguiente paradoja: La vida
sólo es una demora de la muerte. Según Freud, la dinámica de la
personalidad resulta del antagonismo entre el impulso hacia la vida y el
impulso hacia la muerte.
¿Qué representa para Freud la pulsión de la muerte?
Representa la tendencia irreductible de todo ser vivo a retornar al
estado inorgánico. Si admitimos que el ser vivo vino después del no
vivo, y que surgió de él la pulsión de muerte está perfectamente de
acuerdo con la fórmula según la cual una pulsión tiende al retorno a un
estado anterior. Según esta perspectiva «todo ser vivo muere
necesariamente por causas internas». [10]
La pulsión de agresión
Los años de la guerra fueron relativamente improductivos y hubo que esperar hasta 1919-1920 para la redacción de Más allá del principio del placer, en la cual y por primera vez Freud arriesgó la hipótesis de una pulsión de muerte.
Más adelante la pulsión de muerte sería designada asimismo con el
nombre de Tánatos, en oposición al «divino Eros», que representaba a la
pulsión de la vida. Excepto en conversaciones privadas, Freud utilizaba
indistintamente los términos de pulsión de muerte o de pulsión de
destrucción; pero en una discusión con Einstein a propósito de la
guerra, establecería una distinción entre ambos. La pulsión de muerte
estaría dirigida contra sí mismo [11],
mientras que la segunda, derivada de aquélla, estaría dirigida contra
el mundo exterior. En 1909, Stekel había ya utilizado el término de
Tánatos para designar un anhelo de muerte, pero le había de corresponder
a Paul Federn la difusión del término en su acepción presente.
Es interesante observar que Freud, aun cuando estaba bien impuesto ya
desde el comienzo sobre los aspectos salvajes de la naturaleza humana y
sus impulsos mortíferos, no hubiese reflexionado de cerca antes de 1915
sobre su aspecto nosológico. Ciertas resistencias relacionadas con su
ruptura con Adler debieron precisamente desempeñar algún papel en eso.
Es bien sabido que Adler postulaba ya desde 1908 la existencia de una
pulsión agresiva primaria. Y sin embargo, según observa Ernest Jones, la
concepción de Adler es más sociológica que psicológica, pues la
entendía como una lucha por el poder y con la intención de garantizarle
la superioridad. La concepción freudiana, en cambio, bordea tanto la
biología como la química o la física.
Y, por otra parte, el propio Freud reconocía sin problemas que desde
siempre había sentido personalmente una cierta repulsión a aceptar la
idea de una pulsión destructora independiente. En El malestar en la cultura [12] escribió: «No
puedo comprender cómo pudimos pasar de largo ante la universidad de la
agresión no erótica y la destrucción, y de qué modo pudimos omitir
concederle la significación a la que tiene pleno derecho en nuestra
interpretación de la vida». Y añade: «Recuerdo mi propia
actitud defensiva, cuando la idea de una pulsión de destrucción apareció
por primera vez en la literatura psicoanalítica, y el tiempo que me fue
necesario para que esa idea se hiciese accesible para mí».
Durante el trabajo analítico no hay impresión más fuerte de las
resistencias que la de una fuerza que se defiende por todos los medios
contra la curación y a toda costa quiere aferrarse a la enfermedad y al
padecimiento. A una parte de esa fuerza Freud la individualiza, con
acierto, como consciencia de culpa y necesidad de castigo, y la localiza
en la relación del yo con el superyó. «Se trata de fenómenos
propios del masoquismo inmanente de tantas personas, la reacción
terapéutica negativa y la conciencia de culpa de los neuróticos. Estos
fenómenos apuntan de manera inequívoca a la presencia en la vida anímica
de un poder que, por sus metas, llamamos pulsión de agresión o
destrucción y derivamos de la pulsión de muerte originaria, propia de la
materia animada» [FREUD, Sigmund, Análisis terminable e interminable (1937), en Obras completas, Volumen XXIII, Buenos Aires, Amorrortu editores, p. 244].
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4.- El concepto de culpa: La necesidad del castigo y la crueldad interiorizada
¿Qué es esa cosa oscura que llamamos culpa? ¿Cuál es su origen y su modo de operar?
Tanto Freud como Nietzsche se han ocupado de la genealogía de este concepto [13]; cada uno, desde ámbitos distintos, es verdad, pero señalando elementos que en forma sorprendente confluyen.
Si para Nietzsche, el castigo es una pseudoforma de justicia que
enmascara el afán de dominio y resentida venganza hacia los culpables
transgresores de las normas morales, para Freud, el castigo será el
procedimiento mediante el cual los atenazados por el sentimiento de
culpabilidad, mediante su ascética autoagresión, buscan la catártica
purificación de sus faltas y la amortiguación de sus tensiones,
generadas por las imposiciones y amenazas del super-ego: «La tensión
creada entre el severo “super-yo” y el “yo” subordinado al mismo, lo
calificamos de sentimiento de culpabilidad, que se manifiesta bajo la
forma de necesidad de castigo». [14]
El hombre tiene la necesidad de ser castigado; intencionalmente es un
criminal, su crimen reside en la fantasía y en los deseos culpables de
la infancia, porque la pulsión de muerte exigió y obtuvo, de una u otra
manera, una satisfacción. Las satisfacciones disfrazadas, secretas,
latentes se manifiestan por síntomas: la culpabilidad es asimilable a esos síntomas. La institución ya semi-neurótica de un acusador, de un fiscal del otro, del superyó es el agente de la pulsión de muerte. «Cuánto
más inocentes somos, es decir, cuánto mejor nos apartamos de nuestras
pulsiones agresivas, más pasan éstas al servicio del superyó y mejor
armado está para torturarnos. Así los más ‘inocentes’ llevan la carga
más pesada de culpabilidad». [15]
La culpa, ese concepto que podemos situar tanto en los procesos de
justicia entre las comunidades como en el ámbito de lo psíquico, está en
estrecha relación con el concepto de deuda. Relación que supone un
tercer elemento, el cual ha tratado de ser expulsado del territorio de
las leyes, éste es el de la crueldad.
El instinto de agresión, la hostilidad natural de uno contra todos y
de todos contra uno, se opone a los designios de la cultura. ¿A qué
recursos apela la cultura —entonces— para contener la agresividad
constitutiva? Por una parte a la introyección de esta agresividad:
dirigiéndola contra el propio yo dando origen a esa estructura de la
personalidad que Freud denomina super-yo, que actúa como conciencia
(moral) generando aquella tensión que da origen a la «culpabilidad». Así
pues, la agresión es introyectada, internalizada, devuelta en realidad
al lugar de donde procede: es dirigida contra el propio yo desplegando
frente a éste la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría
satisfecho en individuos extraños. La tensión creada entre el super-yo y el yo
subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de culpabilidad y se
manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por consiguiente, la
cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo
debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia
alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad
conquistada.
De la concepción freudiana de la culpabilidad se puede decir, en una primera aproximación, lo siguiente:
Conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el
miedo a la autoridad; el segundo, más reciente, es el temor al super-yo [16].
El primero obliga a renunciar a la satisfacción de los instintos; el
segundo impulsa, además, al castigo,dado que no es posible ocultar ante
el super-yo la persistencia de los deseos prohibidos. Por otra parte, ya
sabemos cómo ha de comprenderse la severidad del super-yo; es decir, el
rigor de la conciencia moral. Esta continúa simplemente la severidad de
la autoridad exterior, revelándola y sustituyéndola en parte.
Advertimos ahora la relación que existe entre la renuncia a los
instintos y el sentimiento de culpabilidad. Originalmente, la renuncia
instintual es una consecuencia del temor a la autoridad exterior; se
renuncia a satisfacciones para no perder el amor de ésta. Una vez
cumplida esa renuncia, se han saldado las cuentas con dicha autoridad y
ya no tendría que subsistir ningún sentimiento de culpabilidad. Pero no
sucede lo mismo con el miedo al super-yo. Aquí no basta la renuncia a la
satisfacción de los instintos, pues el deseo correspondiente persiste y
no puede ser ocultado ante el super-yo. En consecuencia, no dejará de
surgir el sentimiento de culpabilidad, pese a la renuncia cumplida,
circunstancia ésta que representa una gran desventaja económica de la
instauración del super-yo o, en otros términos, de la génesis de la
conciencia moral. La renuncia instintual ya no tiene pleno efecto
absorbente; la virtuosa abstinencia ya no es recompensada con la
seguridad de conservar el amor, y el individuo ha trocado una catástrofe
exterior amenazante —pérdida de amor y castigo por la autoridad
exterior— por una desgracia interior permanente: la tensión del
sentimiento de culpabilidad.
Estas interrelaciones son tan complejas y al mismo tiempo tan
importantes que a riesgo de incurrir en repeticiones aun quisiera
abordarlas desde otro ángulo. La secuencia cronológica sería, pues, la
siguiente: ante todo se produce una renuncia instintual por temor a la
agresión de la autoridad exterior —pues a esto se reduce el miedo a
perder el amor, ya que el amor protege contra la agresión punitiva—;
luego se instaura la autoridad interior, con la consiguiente renuncia
instintual por miedo a ésta; es decir, por el miedo a la conciencia
moral. En el segundo caso se equipara la mala acción con la acción
malévola, de modo que aparece el sentimiento de culpabilidad y la
necesidad de castigo. La agresión por la conciencia moral perpetúa así
la agresión por la autoridad. Hasta aquí todo es muy claro; pero, ¿dónde
ubicar en este esquema el reforzamiento de la conciencia moral por
influencia de adversidades exteriores —es decir, de las renuncias
impuestas desde fuera?; ¿cómo explicar la extraordinaria intensidad de
la conciencia en los seres mejores y más dóciles? Ya hemos explicado
ambas particularidades de la conciencia moral, pero quizá tengamos la
impresión de que estas explicaciones no llegan al fondo de la cuestión,
sino que dejan un resto sin explicar. He aquí llegado el momento de
introducir una idea enteramente propia del psicoanálisis y extraña al
pensar común. El enunciado de esta idea nos permitirá comprender al
punto por qué el tema debía parecernos tan confuso e impenetrable; en
efecto, nos dice que si bien al principio la conciencia moral (más
exactamente: la angustia, convertida después en conciencia) es la causa
de la renuncia a los instintos, posteriormente, en cambio, esta
situación se invierte: toda renuncia instintual se convierte entonces en
una fuente dinámica de la conciencia moral; toda nueva renuncia a la
satisfacción aumenta su severidad y su intolerancia. Si lográsemos
conciliar mejor ésta situación con la génesis de la conciencia moral que
ya conocemos, estaríamos tentados a sustentar la siguiente tesis
paradójica: la conciencia moral es la consecuencia de la renuncia
instintual; o bien: la renuncia instintual (que nos ha sido impuesta
desde fuera) crea la conciencia moral, que a su vez exige nuevas
renuncias instintuales. [17]
«Una idea que es propia del psicoanálisis, es de que toda nueva renuncia instintual a la satisfacción, aumenta su severidad y su intolerancia».
Es así que con la intolerancia consigo mismo, el giro del instinto de
crueldad hacia la propia interioridad, se procura amortiguar mediante
complejas sublimaciones. «Son los instintos agresivos
insatisfechos los que hacen aumentar el sentimiento de culpabilidad,
pues al impedir la satisfacción erótica se desencadenaría cierta
agresividad contra el que impide esta satisfacción, y esta agresividad
tendría que ser, a su vez, contenida. Pero en tal caso sólo sería
nuevamente la agresión la que se transforma en sentimiento de
culpabilidad, al ser coartada y derivada al “super-yo”». [18]
En la década de los años veinte, sin sospechar aún el retorno a la
barbarie que constituyó el advenimiento del nazismo, Freud reflexiona
acerca de la cultura y su malestar.
En El problema económico del masoquismo (1924) Freud precisa
que «la tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora».
Lo conseguirá «dirigiéndola hacia los objetos». Un «sector», «el
masoquismo erógeno originario, permanece en el interior» y otro, el
sadismo, «vuelto hacia fuera» aunque «puede ser introyectado de nuevo»
(«secundario»). «La necesidad de “castigo” se debería a un “sentimiento
inconsciente de culpa”».
En El malestar en la cultura (1930) la «inclinación
agresiva» se considera una «disposición pulsional, autónoma, originaria
del ser humano». La «necesidad de castigo» ya no se explica por culpa
inconsciente sino por un yo «devenido masoquista bajo influjo del
superyó sádico», que «emplea un fragmento de la pulsión de destrucción
interior, preexistente en él, en una ligazón erótica».
Freud alude pues a una culpa como «inconsciente», «porción de
agresión interiorizada y asumida por el superyó». Éste, como función de
la «conciencia moral», «lleva a cabo» la represión, que el sujeto se
auto-infringe —comúnmente— con un rigor y severidad despiadada,
vehemente. Se trata de la «severidad» propia del superyó, y esto sin
importar que la educación pudiera ser indulgente.
5.- Los que fracasan al triunfar
Fassbinder alguna vez comentó que si —de niños— algunos artistas
malditos resuelven adoptar una conducta desagradable, seguramente es
para defenderse del peligro de ser rechazado sin razón aparente.
El mismo Freud señala el caso de ciertos niños «díscolos» que recién cuando son castigados se quedan «calmos y satisfechos». [19]
Se produce entonces un circuito en el que cronológicamente se produce,
primero, el mal comportamiento y luego el castigo; mientras que,
lógicamente, se produce primero la conciencia de culpa (originada en el
complejo de Edipo) luego la necesidad de castigo que impulsa el
comportamiento sedicioso y finalmente el castigo que remite a la
necesidad de castigo por el crimen originario de la muerte del padre.
Se supone que los niños que están destinados a ser «futuros
saboteadores» de su propio éxito, han sido niños con un gran talento
natural. Estos dones facilitarían sus potenciales logros. El primer
éxito experimentado por estos niños es la situación de haber logrado,
muy tempranamente, ser los preferidos de su madre. Las fantasías de
exclusiva posesión de la madre se acompañaron de grandes dificultades
para separarse de ella. En el desarrollo normal, el niño puede reconocer
que él no satisface los deseos de su madre; que ella necesita de otro
adulto, el padre, y esto lo tienen claro aun en los casos de viudez o
divorcio, dado que siempre hay sustitutos paternos. «Los que fracasan al
triunfar» perciben al padre como muy agresivo e intensamente envidioso
del vínculo madre-hijo, mientras a la madre la sienten como intrusiva y
demandante de atención y gratificación. De allí que el joven hará
desesperados esfuerzos para separarse —a la brevedad— como un
pseudoadulto en un intento de romper el lazo con la madre. Al acceder
al éxito, la excitación narcisística, la imagen de sí mismo como un
triunfador edípico y paralelamente la de ser como una parte valiosa del
cuerpo de la madre (falo) es excesivo para la barrera de la represión
contra los deseos incestuosos. Ser exitoso de una manera tan apasionante
es demasiado arriesgado. Cuando se sabotean, simbólicamente se castran a
sí mismos, pero mágicamente dejan de ser el codiciado falo de madre,
sintiéndose por fin autónomos. El éxito representaría seguir siendo una
parte de la madre y el fracaso es percibido como únicamente propio.
«Los que fracasan al triunfar» [20]
son personas que una vez que han logrado un éxito determinado (como por
ejemplo una conquista amorosa largamente esperada, o una promoción
profesional de mayor responsabilidad, prestigio y retribución económica)
lejos de disfrutar del éxito, experimentan cierta sensación de fracaso
psicológico, profesional, emocional y aun personal. El profesor que al
conseguir la cátedra le entra depresión y tiene que darse de baja sin
acceder a su puesto. Y como ellos vivencian su fracaso pasivamente, sólo
bajo análisis clínico pueden ser capaces de reconocer su participación
activa en ese proceso. Este dramático rasgo de carácter (patológico),
descrito por Freud en 1916, está basado en una dinámica inconsciente
vinculada con la tendencia a sabotearse. El síntoma del «saboteador» es
la que lleva al criminal a dejar —inconscientemente— una pista,
necesita ser descubierto, de esto —del auto-boicot— Hitchkcok ha hecho
una profesión de fe. [21]
Es el caso del criminal que aun cuando conscientemente trata de
eludir las consecuencias y penalidades de sus actos, en él operan
fuerzas inconscientes que le impulsan a buscar castigo. La puesta en
juego de estas tendencias autopunitivas explicaría esos casos en el que
un delincuente es atrapado a causa de que comete errores inexplicables.
No se trata de simples descuidos, sino de algo más absurdo que puede
interpretarse como «una traición a sí mismo»; lo que ha operado es el
poderoso deseo de ser castigado.
Es parte de la naturaleza humana sentir culpa cuando se transgreden
normas. La carencia de esta capacidad de sentir culpa caracteriza a las
personalidades psicopáticas. El sentimiento de culpa explica porqué un
«crimen perfecto» es en todo caso infrecuente; la necesidad inconsciente
de ser castigado puede ser una fuerza propulsora más poderosa que el
deseo consciente de evadir la ley, de ahí que en los anales de la
criminología se relatan numerosos casos de criminales que planean sus
casos minuciosamente y no obstante cometen errores y dejan indicios que
permiten a la policía aclarar los hechos y aprehender a sus autores.
Es —patológicamente— frecuente que ciertos criminales se expongan a
ser detenidos por visitar el escenario de su crimen. Esto puede
relacionarse tanto con la necesidad de ser castigado, como por la
necesidad, también inconsciente, de retar al destino y proclamando al
mundo que se es poderoso, aun cuando la tentación de ser reconocido
puede llevarle a colaborar con la pesquisa.
6.- Neurosis y culpabilidad
El neurótico suele sentirse mucho más cómodo, e incluso perder
ciertos síntomas, al ocurrirle algún suceso adverso: reveses de fortuna o
accidentes. La observación de estas reacciones, así como la
circunstancia de que el neurótico a veces parece disponer o promover los
desgraciados acontecimientos que le ocurren, aunque solo sea
inadvertidamente, nos induce a aceptar que el enfermo sufre tan
poderosos sentimientos de culpabilidad, que despiertan en él la urgencia
de castigo a fin de aliviarlos. [22]
Además, las autoacusaciones, que tan a menudo se interpretan como
signos de sentimientos inconscientes de culpabilidad en el neurótico, se
caracterizan por elementos a todas luces irracionales. El neurótico
tiende a apelar a la más extrema irracionalidad, desde las groseras
exageraciones hasta la más flagrante fantasía, no solo en sus
autoacusaciones específicas, sino también en sus sentimientos difusos de
no ser acreedor a amabilidad, elogio o éxito algunos.
El temor desproporcionado a la reprobación es susceptible de
extenderse ciegamente a todos los seres humanos, o abarcar solo a los
amigos, si bien de ordinario el neurótico es incapaz de distinguir con
claridad entre amigos y enemigos. Al principio solo se refiere al mundo
exterior, y en mayor o menor grado siempre se vincula con la reprobación
del prójimo, pero también puede llegar a «internalizarse». Cuanto más
suceda esto, tanto más se reducirá la importancia que se otorga a la
reprobación exterior, comparada con la que el sujeto se confiere a sí
mismo.
El temor a la reprobación puede manifestarse de diversas maneras. A
veces se traduce en constante aprensión de molestar a la gente; así, el
neurótico suele tener miedo de rehusar una invitación, de estar en
desacuerdo con algún parecer, de expresar cualquier deseo, de
transgredir las normas establecidas o de llamar la atención bajo
cualquier forma. Puede manifestarse también como un persistente temor de
que la gente descubra algo acerca de él, y aun cuando se sienta
querido, tenderá a replegarse en sí mismo a fin de impedir la
posibilidad de ser desenmascarado y repudiado; igualmente es susceptible
de traducirse en una desmesurada reticencia a dar a conocer algo de su
vida privada, o en una desproporcionada ira frente a la más inocente
pregunta que le ataña, pues siente que con ella se intenta inmiscuirse
en sus asuntos.
En cuanto al contenido peculiar de sus secretos, el neurótico trata
de disfrazar, antes que nada, la suma total de lo que suele abarcar el
término «agresión» (el cual no sólo incluye su hostilidad reactiva
—rabia, deseos de venganza, envidia, impulsos a humillar y otros
análogos— , sino también todas sus secretas exigencias dirigidas hacia
los demás). En segundo lugar, desea mantener oculto cuán débil, inseguro
e indefenso se siente, cuán poco capaz es de afirmarse a sí mismo, y
cuánta es la angustia que sufre. Por tal razón erige una fachada de
aparente energía, pero cuanto más sus anhelos particulares de seguridad
se concentran en el dominio del prójimo, cuanto más se vincula su
orgullo a la noción de poderío y de fuerza, con tanta mayor profundidad
se desprecia. No solo percibe que la debilidad significa un riesgo, sino
que también la juzga desdeñable, en sí mismo como en el prójimo, y no
vacila en considerar endeblez cualquier insuficiencia, ya consista ésta
en no ser el amo de su propia casa, en la incapacidad de superar los
obstáculos en su misma persona, en la precisión de aceptar ayuda ajena, o
incluso en el hecho de estar poseído por la angustia. Dado que
desprecia radicalmente toda «debilidad» en sí mismo, y como no puede
dejar de creer que los otros también lo detestarán si llegaran a
descubrir su flaqueza, realiza denodados esfuerzos para ocultarla, pero
sigue subyugado por el constante temor de que tarde o temprano se lo
desenmascarará; de ahí su permanente angustia.
Estos sentimientos de culpabilidad, con las autoacusaciones que los
acompañan, no solo son el resultado —y no la causa— del miedo a la
reprobación; representan, asimismo, una defensa contra éste. Cumplen
para ello la doble finalidad de inducir a los demás a reconfortar al
sujeto y de trastocar el verdadero estado de cosas; esto último lo
consiguen distrayendo la atención de lo que es preciso encubrir, o
manifestándose en forma tan exagerada que dejan de parecer sinceros.
Las autoacusaciones no solo protegen del miedo a la reprobación;
también incitan a reconfortar al sujeto, pues los demás se sienten
obligados a disuadirlo de su pretendida culpabilidad. Pero asimismo
ofrecen cierto reconfortamiento, aunque no intervenga otra persona, pues
levantan el autoaprecio del neurótico al demostrarle que posee un
juicio moral tan agudo, que se incrimina a sí mismo de faltas que otros
pasan por alto, haciéndole sentirse de esta manera, en última instancia,
como una persona auténticamente admirable. También le brindan cierto
alivio, ya que por lo general no tocan el real motivo del descontento
consigo mismo, dejándole de esta suerte abierta una puerta secreta para
la creencia de que, después de todo, no es tan malvado como parece.
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ILUSTRACIONES
(Encabezamiento) Obra Kafka, el Proceso o criminales por sentimiento de culpabilidad, por Adolfo Vásquez Rocca (©), en ArteLista Galería virtual de Arte Contemporáneo | (En el cuerpo del artículo) Kafka5jahre, [public domain], via Wikimedia Commons y Sigmund Freud, By César Blanco from Mexico (Sigmund Freud Uploaded by Viejo sabio) [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/
licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons
(Encabezamiento) Obra Kafka, el Proceso o criminales por sentimiento de culpabilidad, por Adolfo Vásquez Rocca (©), en ArteLista Galería virtual de Arte Contemporáneo | (En el cuerpo del artículo) Kafka5jahre, [public domain], via Wikimedia Commons y Sigmund Freud, By César Blanco from Mexico (Sigmund Freud Uploaded by Viejo sabio) [CC-BY-2.0 (http://creativecommons.org/
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NOTAS
La presente investigación —publicada en forma inédita en Revista Almiar (Margen Cero)—, es una primera entrega de un proyecto de investigación mayor —en marcha— que desarrollo como Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Doctorados y Docente de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello, UNAB. Una próxima entrega podrá recoger una buena parte de los elementos aquí expuestos para hacerlos objeto de una revisión o profundización. Los estudios culturales avanzan en una pesquisa que de seguro dará lugar a una red de textos en despliegue, confirmando la antigua sospecha de los cabalistas, ante la vertiginosa deriva, ante el desplazamiento permanente, ante la sobre-interpretación. En cuanto un texto se convierte en «sagrado», como es la obra de Freud, para cierta cultura, se vuelve objeto de un proceso de lectura sospechosa y, por lo tanto, de lo que el semiólogo Umberto Eco ha denominado exceso de interpretación. Esto también acontece con las interpretaciones de la Biblia, en lo que constituye el nuevo index del cristianismo, y también —de modo principal— en la exégesis judía, el antiguo canon, donde se ha practicado con predilección el género del comentario. La exégesis judía da cabida a glosas de las Sagradas Escrituras, que generan asimismo otros comentarios, en un interminable proceso de despliegue textual, método al cual Freud nunca fue ajeno. |
[1] KAFKA, Franz, El Proceso, (Der Prozess) 1925, Alianza Editorial, Madrid, 1994.
[2] KAFKA, Franz, El Castillo, (Das Schloß) 1922. Novela inacabada, Alianza Editorial, Madrid, 1995.
[3] MASSONE, Antonio, Kafka o la zozobra de lo humano, pp. IX – XXI, en prólogo de Obras Escogidas de Franz Kafka, Editorial Andrés Bello, Santiago, Santiago 1992.
[4] CITATI, Pietro, Kafka, Cátedra Ediciones, Colección Travesías, Versal, Madrid, 1993, p. 144.
[5] El relato Frente a la ley
lo publicó Kafka en varios contextos diferentes: como relato autónomo
en el diario Selbstwehr (1915), algo más tarde en el libro Der jüngste Tag, y más tarde tejido dentro de otros relatos como en Ein Landarzt y Der Prozeß.
Este último libro, publicado postreramente, terminó siendo «armado» por
Max Brod ya que Kafka iba escribiendo diversos capítulos pero era
incierto el orden que tomarían en el diseño final de la obra, que quedó
inconclusa.
[6] FREUD, Sigmund.: Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995, Vol.14: Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1916): Los que delinquen por sentimiento de culpabilidad. Extraído de: Sigmund Freud. Obras completas. Volumen 14 (1914-1916).Amorrortu Editores. Bs. As., 1979, p. 338.
[7] Ibid.
[8] MANNONI, Octave, Freud; El descubrimiento del inconsciente, Ediciones Nueva Visión SAIIC., Buenos Aires, 1987, pp. 139 – 140.
[9]
FREUD, Sigmund. Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XVIII – Más
allá del principio de placer, Psicología de la masas y análisis del yo, y
otras obras (1920-1922). 1. Más allá del principio de placer (1920).
Traducción José Luis Etcheverry. Buenos Aires & Madrid: Amorrortu
editores.
[10] FREUD, Sigmund, «Hay
en todo ser vivo la tendencia a regresar al estado anterior de no-vivo,
‘todo ser vivo muere necesariamente por causas internas”». En Más allá del principio de placer (1920), Amorrortu editores, Buenos Aires (234).
[11] FROMM, Erich (1975). Anatomía de la Destructividad Humana. México: Siglo XXI Editores, 1989.
[12] FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, Alianza Editorial, Madrid, 2004.
[13] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Negociación, culpa y crueldad: de Nietzsche a Freud, En Revista LÉXICOS Nº 9, UE, 2007, http://lexicos.free.fr/Revista/numero9articulo2.htm
[14] Ibid, p. 80.
[15] MANNONI, Octave, Freud; El descubrimiento del inconsciente, Ediciones Nueva Visión SAIIC., Buenos Aires, 1987, pp. 139 – 140.
[16]
El sentimiento de culpabilidad se incuba progresivamente en la
conciencia del «yo», como estructura diferenciada del «ello», cuando
entran en conflicto sus imperiosas tendencias, con las impositivas y
represoras exigencias del «super-ego», como estructura diferenciada del
«yo»: «El sentimiento de culpabilidad, afirma en El Malestar en la Cultura,
es la percepción que tiene el “yo” de la vigilancia que se le impone,
es su apreciación de las tensiones entre sus propias tendencias y las
exigencias del “super-ego”».
[17] FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, en Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. III p.50-51.
[18] FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, 1930, p. 64.
[19] FREUD, Sigmund, (1916:339).
[20] FREUD, Sigmund.: Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1995, Vol.14: Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico (1916): Los que delinquen por sentimiento de culpabilidad. II – Los que fracasan cuando triunfan, pp. 323 – 337.
_____,___ (1916), Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo Psicoanalítico. En S. Freud, O. C., Bs. As.: A. E., XIV.
[21] TRUFFAUT, François. El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid, 2002, p. 98.
[22] HORNEY, Karen, La personalidad neurótica de nuestro tiempo, Editorial Paidós, Buenos Aires (Argentina), 1971. p. 13
Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad _ Dr. Adolfo Vásquez Rocca
Adolfo Vásquez Rocca. Doctor en
Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso;
Postgrado Universidad Com- plutense de Madrid, Departamento de Filosofía
IV, mención Filosofía Contemporánea y Estética. Profesor de Postgrado
del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de
Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor de la Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto Escuela de Psicología y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. –Miembro del Consejo Editorial Internacional de la ‘Fundación Ética Mundial‘ de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de ‘Konvergencias‘, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Consejo Editorial Internacional de Revista Praxis –Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional UNA, Costa Rica. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. –Secretario Ejecutivo de Revista Philosophica PUCV. –Asesor Consultivo de Enfocarte –Revista de Arte y Literatura– Cataluña / Gijón, Asturias, España. –Miembro del Consejo Editorial Internacional de ‘Reflexiones Marginales‘ –Revista de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. –Miembro del Comité Editorial de International Journal of Safety and Security in Tourism and Hospitality, publicación científica de la Universidad de Palermo. –Miembro Titular del Consejo Editorial Internacional de Errancia, Revista de Psicoanálisis, Teoría Crítica y Cultura –UNAM– Universidad Nacional Autónoma de México. –Miembro de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) con sede en Bruselas, Bélgica. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria – Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado –UCM. Eastern Mediterranean University – Academia.edu.
Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y
Postgrado, Universidad Andrés Bello. –Investigador Asociado y Profesor
adjunto de la Escuela Matríztica de Santiago –dirigida por el Dr. Humberto Maturana. Consultor Experto del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC)– Artista conceptual. Crítico de Arte. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización,
Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el
Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008. Invitado especial a la
International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale 2011. Traducido al Francés – Publicado en la sección Architecture de la Anthologie: Le Néant Dans la Pensée Contemporaine. Publications du Centre Français d’Iconologie Comparée CFIC, Bès Editions, París, © 2012.
Web del Autor: http://www.danoex.net/adolfovasquezrocca.html
E-mail →adolfovrocca[at]gmail.com
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2 comentarios to “Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad _ Dr. Adolfo Vásquez Rocca”
Adolfo Vasquez Rocca Says:
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Freud y Kafka: Criminales por sentimiento de culpabilidad
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En torno a la crueldad, el sabotaje y la auto-destructividad humana
Dr. Adolfo Vásquez Rocca
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Adolfo Vasquez Rocca Says:
MargenCero
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